EL DESPERTAR SAI
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lunes, 18 de junio de 2012

LA ALIMENTACION CARNIVORA Y EL VEGETARIANISMO - RAMATIS

LA   ALIMENTACIÓN CARNÍVORA Y EL  VEGETARIANISMO

 

Pregunta: En vista de las opiniones distintas y a veces con­tradictorias, tanto entre las corrientes religiosas y profanas como hasta en la clase médica, sobre el uso de la carne animal como alimento, os rogamos que nos deis amplias aclaraciones al res­pecto, a fin de que podamos llegar a una conclusión clara y lógica sobre si el régimen alimenticio carnívoro perjudica o no nuestro organismo o si influye de algún modo para perjuicio de la evolución de nuestro espíritu. En primer término, debe­mos decir que en Oriente —como afirman muchas personas anti-vegetarianas—, la abstención al uso de la carne como alimen­to, parece estar sujeta solamente a una tradición religiosa que los occidentales consideran un absurdo, en atención a la dife­rencia de costumbres que existe entre ambos pueblos. ¿Qué podéis decirnos al respecto?

Ramatís: La preferencia por la alimentación vegetariana en Oriente, se funda en la perfecta convicción de que a medida que el alma progresa, es necesario también que su vestuario de carne armonice con el progreso espiritual alcanzado. Aun en los reinos inferiores, la nutrición varía de acuerdo con la delicadeza y sensibilidad de las especies. Mientras el gusano de­forme se alimenta en el subsuelo, la poética figura alada del colibrí se sustenta con el néctar de las flores. Los iniciados hindúes, saben que el despojos sangriento de la alimentación carnívora recrudece el atavismo psíquico de las pasiones ani­males y que los principios superiores del alma deben sobrepo­nerse siempre a las imposiciones de la materia. Son raras las criaturas  que  consiguen liberarse de la  opresión vigorosa  de las tendencias hereditarias del animal, que se hacen sentir a través de su carne.

Pregunta: Pero hay que reconocer que la alimentación carní­vora, principalmente en Occidente, es un hábito profundamente estratificado en el psiquismo humano. Creemos que estamos tan condicionados orgánicamente a la ingestión de la carne, que nos sentiríamos debilitados ante la más reducida dieta.

Ramatís: No obstante, tenéis pruebas irrecusables que podéis vivir y disfrutar de óptima salud sin recurrir a la alimentación carnívora. Para probar vuestro equívoco, bastaría considerar la existencia, en vuestro mundo, de animales corpulentos y robus­tos, de un vigor extraordinario y que, no obstante, son rigurosa­mente vegetarianos, como el elefante, el buey, el camello, el caballo y muchos otros. En cuanto al condicionamiento biológico por el hábito de comer carne, debéis considerar que el orgullo, la vanidad, la hipocresía y la crueldad, son también estigmas que se forjaron a través de los siglos, pero que tendréis que eliminarlos de vuestro psiquismo. El hábito de fumar y el uso inmoderado del alcohol, también se estratifican en vuestra me­moria etérica; sin embargo, no los justificáis como necesidades imprescindibles a vuestras almas.

Reconocemos que a través de los milenios vividos en la formación de vuestras conciencias individuales, fuisteis estig­matizados con el vitalismo etérico de la nutrición carnívora, pero hay que reconocer que ya sobrepasasteis los plazos espirituales demarcados para la continuación soportable de esa alimentación mórbida y cruel. En la técnica evolutiva sideral, el estado psico-físico del hombre actual, exige urgente purificación en el género de la alimentación; ésta debe corresponder, también, a las propias transformaciones progresistas que tuvieron lugar en la esfera de la ciencia, filosofía, arte, moral y religión.

Vuestro sistema de nutrición es un desvío psíquico, una perversión del gusto y del olfato; os aproximáis considerable­mente al bruto, en esa actitud de succionar los tuétanos de los huesos e ingerir vísceras en forma de sabrosos manjares. Tene­mos la seguridad que el Comando Sideral está empleando todos sus esfuerzos con el "fin que el hombre terrestre se aparte, poco a poco, de la repugnante preferencia zoofágica.

Pregunta: ¿Debemos considerarnos en deuda con Dios, si atendemos a los sagrados y naturales imperativos de la vida?

Ramatís: Los antropófagos también atienden los "sagrados imperativos naturales de la vida", pero no admitís sus cruentos festines de carne humana, como tampoco os regocijáis con sus inmundicias a guisa de alimentación o sus brebajes repugnantes, productos de la masticación del maíz crudo. Del mismo modo que esa nutrición canibalesca os causa espanto y horror, vuestra mórbida alimentación de vísceras y vituallas sangrientas al mojo picante, causa terrible impresión de asco a las humanidades de otros mundos superiores. Esas colectividades se horrorizan ante las descripciones de vuestros mataderos, fábricas de embutidos, carnicerías y frigoríficos manchados con sangre de los animales y el cuadro patético de sus cadáveres descuartizados.

La antropofagia de los salvajes, resulta un tanto inocente en relación con su poco entendimiento espiritual, ellos devoran su prisionero de guerra, en la cándida ilusión de heredar sus cuali­dades guerreras intrépidas y su vigor sanguinario. Los civilizados, en tanto, para atender sus mesas opíparas y repletas de órganos de animales, se especializan en los caldos epicurísticos y en los requintes culinarios, haciendo de la necesidad del sustento un enfermizo arte de placer. El salvaje, ofrece su maza o espada a su prisionero, para que se defienda antes de ser molido a golpes; después, rasga sus entrañas y lo devora, famélico, bajo el impe­rativo natural de saciar el hambre; la víctima es ingerida apre­suradamente y cruda, sin incurrir en el cálculo de un placer mórbido. El civilizado, por lo contrario, exige los fragmentos cadavéricos del animal en forma de suculentos cocidos o asados al fuego lento; alega la necesidad de proteína, pero se traiciona por el prurito del vinagre, la cebolla y la pimienta; se disculpa con el condicionamiento biológico de los siglos que lo viciaron en la nutrición carnívora, pero sustenta la lúgubre industria de las vísceras y de las glándulas animales enlatadas; requinta el arte de los "menús" de la necrofagia pintoresca y promueve condecoraciones para los maestros del arte culinario animal.

Los frigoríficos modernos que exaltan vuestra "civilización", construidos bajo los últimos adelantos científicos y electrónicos concebidos por la inteligencia humana, multiplican los aparatos más eficientes y precisos, para propiciar la matanza hábilmente organizada. Notables especialistas y afamados tratadistas de la nutrición, estudian el modo de producir en masa el mejor "jamón" o la más "deliciosa" salchicha a base de sangre coagulada.

Los capataces, endurecidos en la lid, dan el toque amistoso y hacen el convite traicionero para que el animal ingrese en la fila de la muerte; matarifes eximios y eruditos en el servicio fúnebre, conservan su fama por la rapidez con que degüellan al animal aun caliente, en las convulsiones de la agonía; veterina­rios competentes examinan minuciosamente la constitución orgá­nica de la víctima y colocan el consabido "sano", para que la ilustre "civilización" no sufra las consecuencias patogénicas del asado o del cocido de las vísceras animales.

Turistas, aprendices y estudiantes, cuando visitan los colosos de la muerte en donde los nuevos "sansones" masacran en masa al servidor amigo, quedan pasmados ante los extraordinarios re­cursos de la ciencia moderna: aquí, los armazones que bajo genial operación mecánica se yerguen manchados de rojo, lanzan si­niestras porciones de vísceras y fragmentos palpitantes; allí, cuchillos perfeccionados movidos por eficaz aparato electrónico, matan con implacable exactitud matemática; más allá, calderas hirvientes, prensas, desolladuras, batidoras y trituradoras, ejecu­tan la lúgubre sinfonía capaz de horrorizar a los viejos caciques, ¡que sólo devoraban para matar el hambre! En artísticos canales y surcos, construidos con azulejos de exigencia fiscal, ¡corre con­tinuamente la sangre roja y generosa del animal sacrificado para la glotonería humana!

Pero el éxito de la producción frigorífica se comprueba mejor bajo geniales disposiciones: elevadores espaciosos se le­vantan impasibles, sobrecargados de cerdos, para depositarlos suavemente sobre el comienzo de los abultados caños de alumi­nio, inclinados en forma de montaña rusa. Rápidamente, los cerdos son empujados en fila por el interior de esos caños pulidos, deslizándose velozmente en grotescas y divertidas osci­laciones, para sumergirse vivos, de súbito, en los tanques de agua hirviente, con el fin de ajustarse a la técnica y sabiduría científica moderna, que así favorece la producción del "mejor" jamón de moda.

¡Cuántos cerdos deberán deslizarse por la tétrica montaña rusa, creación del mórbido genio humano, para que podáis sa­borear vuestro "delicioso" jamón en la comida del día!

Pregunta: Esos métodos eficientes y de rapidísima ejecución en la matanza que se procesa en los mataderos y en los frigoríficos modernos, evitan los prolongados sufrimientos que eran comunes en el procedimiento antiguo.   ¿No es verdad?

Ramatís: Creemos que el sentido estético de la Divinidad ha de preferir siempre la cabaña pobre que da abrigo al animal amigo, al matadero rico que mata bajo el adelantado procedi­miento científico de la fúnebre industria. Las regiones celestia­les son parajes adornados con luces, flores y colores, en donde se unen los pensamientos elevados y sentimientos amorosos de sus humanidades cristianas. Esas regiones deberán alcanzarlas también algún día, aquellos que construyen los tétricos frigorí­ficos y los mataderos de avanzado equipo; pero no podrán li­brarse de retornar a la Tierra, para cumplir en sí mismos el rescate de las torpezas y perturbaciones infligidas al ciclo evolu­tivo de los animales. Los métodos eficientes de la matanza científica, aunque disminuyan el sufrimiento del animal, ¡no eximen al hombre de las responsabilidades de haber destruido prematuramente los conjuntos vivos que también evolucionan, tales como los animales creados por el Señor de la Vida! Sólo Dios tiene el derecho de regular sus existencias cuando ofrecen peligro para la vida humana, pero es un mecanismo evolucionado en el orden de la Creación.

Pregunta: Nos sorprenden vuestras aserciones un tanto vivas. Muchas personas no comprenden todavía que esa grave impro­piedad de la alimentación carnívora nos pueda causar tan terri­bles consecuencias.  ¿Puede ser así?

Ramatís: El ángel, liberado de los ciclos reencarnatorios, es un tipo de suprema delicadeza espiritual. ¡Su tesitura diáfana y hermosa, y su cántico inefable a los corazones humanos, no son producto de los fluidos agresivos y enfermizos del "paté foie-gras", o pasta de hígado atrofiado, de la famosa chuleta adobada o del suculento tocino ahumado!

La sustancia astral inferior, que exuda la carne del animal, penetra en el aura de los seres humanos y hace densa su transpa­rencia natural, impidiendo los altos vuelos del espíritu. Nunca habréis de solucionar tan importante problema, con la dulce ilu­sión de ignorar la realidad del equívoco de la nutrición carní­vora y, quizá, demasiado tarde para la deseada solución.

Os exponemos aquello que debe ser meditado y ponderado con urgencia, porque los tiempos son llegados y no hay subver­sión en el mecanismo sideral. Es necesario que comprendáis, con toda brevedad, que el vehículo periespiritual es un poderoso imán que atrae y agrega, las emanaciones deletéreas del mundo infe­rior, cuando persistís en las fajas vibratorias de las pasiones ani­males, Es preciso que busquéis aquello que se afina con los estados más elevados del espíritu, no olvidando que la nutrición moral se armoniza también con la estesia o sentimiento de lo bello, del paladar físico. Verdaderamente, mientras los lúgubres vehículos manchados de sangre recorren vuestras calles para dejar su contenido sangriento en las carnicerías refrigeradas y atender a las filas que con ansiedad procuran la carne, ¡se harán necesarias muchas reencarnaciones para que vuestra humanidad se libre del desvío psíquico, que siempre ha de exigir la terapia de las úlceras, cirrosis hepáticas, nefritis, artritismos, infartos, diabetes, tenias, amebas o uremias!

Pregunta: ¿Por qué consideráis que el hombre se hace infe­rior al salvaje en la alimentación carnívora, si usa procesos efi­cientes que evitan el sufrimiento del animal en el sacrificio? ¿No estáis de acuerdo en que el ser humano atiende también a su necesidad de vivir y se subordina a un imperativo nutritivo que requiere una organización industrial?

Ramatís: El salvaje, aunque feroz e instintivo, se sirve de la carne para nutrirse, sin transformarla en motivos determinados para banquetes y libaciones de naturaleza requintada; mientras que los civilizados, reviven esos mismos apetitos salvajes, pero, paradójicamente, de modo más exigente, sirviendo de pretexto para disfrutar noches de placer bajo las luces fulgurantes de lujosos y modernos hoteles y restorantes. ¡Criaturas ruidosas, alegres, que pregonan estar en posesión de genial intelecto, devoran en mesas festivas, los cadáveres de los animales regados con condimentos excitantes, mientras la orquesta famosa ejecuta melodías que se unen a los olores de la carne carbonizada o del cocido humeante! ¡Pero sabed que las poéticas y sugestivas denominaciones de los platos, expuestas en los aristocráticos menús no libran al hombre de las consecuencias y de la responsa­bilidad de devorar las vísceras del hermano inferior! A pesar de los floreos culinarios y de la "minuta" de manjares "sui generis", que tratan de atenuar el aspecto repugnante de las vi­tuallas sangrientas, los hombres carnívoros no consiguen ocultar la realidad del desmedido apetito humano. Aquí, los "menudos a la milanesa" sugestivos, no dejan de ser otra cosa que trozos de vesículas e hígado, disimulando el sabor amargo de la bilis animal; allí, los "apetitosos riñones ensartados", no consiguen sublimar su naturaleza de órganos secretores de la albúmina y de la urea, que aun rezuman bajo el cuchillo mortal. Aunque se quiera elogiar el esfuerzo del maestro culinario, las "patas a la europea", no son otra cosa que las pezuñas del animal sacri­ficado; la "fabada" es, en realidad, un conjunto de habas cocidas con la inmundicia del chorizo ahumado, compuesto de partículas de distintas partes del puerco, incluso sus tripas, al que se añade la grasa del unto.

Es evidente que se debe disculpar al salvaje ignorante que se somete a la nutrición carnívora y pervierte su paladar, porque su alma atrasada ignora la suma de razonamientos admirables que ha logrado el civilizado en las esferas científica, artística, religiosa y moral. Mientras los banquetes pantagruélicos de los Césares romanos marcan la decadencia de una civilización, la figura de Gandhi, sostenido con leche de cabra, es un estímulo para la composición de un mundo mejor.

Pregunta: ¿Debemos, pues, violentar nuestro organismo físi­co, condicionado milenariamente a la alimentación carnívora? En la seguridad que la naturaleza no procede a saltos y que por tanto no puede adaptarse súbitamente al vegetarianismo, consi­deramos que sería peligrosa cualquier modificación radical en ese sentido. Nuestro proceso de nutrición carnívora en sí es un automatismo biológico milenario, que ha de exigir algunos siglos para lograr una adaptación tan insólita. ¿Cuáles son vuestras consideraciones al respecto?

Ramatís: No sugerimos la violencia orgánica de aquellos que no podrían soportar esa modificación drástica: a ellos, les acon­sejamos adaptaciones graduales del régimen de la carne de cerdo, a la del buey, a la del ave, peces y mariscos. Después de un ejercicio disciplinado mediante el cual la imaginación se higieniza y la voluntad elimina el ardiente deseo de ingerir el despojos sangriento tenemos la seguridad de que el organismo se hallará apto para ajustarse a un nuevo método nutritivo de elevación espiritual. Es natural que todo exige un comienzo, y si desde ahora no hacéis un esfuerzo inicial —que más adelante tendréis que enfrentar— es obvio que han de persistir, tanto ese alegado condicionamiento biológico, como la natural difi­cultad para una rápida adaptación.   Es inútil que establezcáis subterfugios para justificar vuestra alimentación primitiva, in­adecuada a vuestra índole espiritual. Ya es hora de que os aseéis con el fin de adoptar un nuevo patrón alimenticio. Inne­gablemente, el progreso no será alcanzado por el hecho de sus­tituir el combustible de vuestros vehículos carnales; será necesa­rio, ante todo, que vuestra alma participe vigorosamente en un ejercicio que lo induzca primero, al deseo de eliminar la nutri­ción carnívora.

Muchas almas decididas, que han logrado el comando de su cuerpo físico y lo someten a la voluntad de la conciencia es­piritual, han violentado ese automatismo biológico de la nutri­ción carnívora, del mismo modo que algunos seres extinguen el vicio de fumar bajo el solo impulso de la voluntad. También estáis condicionados al vicio de la intriga, rabia, cólera, celos, crueldad, mentira y lujuria; no obstante, son muchos los que se liberan de esos males, mediante hercúleos esfuerzos evangélicos.

Reconociendo la debilidad del alma humana a fin de libe­rarse súbitamente, os preparamos psíquicamente procurando influenciar el mecanismo de vuestro apetito, dándoos consejos fuertes y ostensivos, para que os sea más fácil libraros de los exóticos deseos de los asados y cocidos que, realmente, no dejan de ser desperdicios de cadáveres que os deben inspirar náuseas y aversión digestiva. De ahí nuestras preocupaciones sistemáticas en favor de vuestro bien espiritual, para que ante la visión, por ejemplo, de esos menudos "sabrosos" que exhalan el oloroso mojo, reconozcáis los tétricos cartílagos que protegen la región bronco pulmonar del buey, en cuya cavidad se procesan los repugnantes cambios de materia corrompida.

Pregunta: Por ventura, los cuidadosos exámenes a que son sometidos los animales antes de ser sacrificados, ¿no eliminan la posibilidad de contaminar al hombre con probables enferme­dades?

Ramatís: Esa profilaxia de última hora, no descubre los re­siduos de la enfermedad que pueda predominar en el animal destinado al sacrificio y que, evidentemente, no dejó vestigios identificables mediante vuestra instrumentación de laboratorio. A pesar de los extremos cuidados de higiene y medidas de preven­ción observadas en los mataderos, ¡todavía desconocéis que la mayoría de los cuadros patogénicos de vuestro mundo se ori­ginan en la constitución mórbida del puerco!   El animal no razona ni puede explicaros satisfactoriamente sus sensaciones dolorosas, consecuentes de sus condiciones patogénicas. El vete­rinario de buen criterio, confronta exhaustivas dificultades para atestiguar la enfermedad del animal, mientras que el ser humano puede relatar con riqueza de detalles sus perturbaciones; auxi­liando al médico en su diagnóstico. Aun así, ¡cuántas veces la medicina se ve imposibilitada para descubrir la naturaleza exacta de vuestros males, sorprendiéndose con la eclosión de una enfer­medad diferente a la considerada previamente por los familiares! A veces, un simple examen de orina requerido para fines de poca importancia, revela la diabetes que el médico desconocía en su paciente; un hemograma solicitado sin graves preocupa­ciones, ¡puede revelar la leucemia fatal! Las enfermedades propias de la región abdominal, aunque sean explicadas con lujo de detalles por los enfermos, dejan al clínico vacilante muchas veces, en cuanto al diagnóstico de la colitis, de la úlcera gastro duodenal o de la presencia de la ameba histolítica. Si en el ser humano resulta tan difícil visualizar con absoluta precisión el origen de sus enfermedades, requiriendo múltiples exámenes de laboratorio para llegar al diagnóstico final, mucho más difícil será conocer el morbo que en el animal no es posible focalizar en la sintomatología común. ¡Cuántas veces el cerdo es sacri­ficado en el momento exacto en que se inició una acción pato­génica cuya virulencia no se evidencia ante el más competente veterinario, salvo que se recurra a una cuidadosa autopsia o a un meticuloso examen de laboratorio! Para evitar ese conse­cuente peligro, sería necesario que cada animal estuviera some­tido al cuidado de un veterinario antes de ser llevado al sa­crificio.

Los miasmas, los bacilos, los gérmenes y las colectividades microbianas famélicas que procrean en el caldo de cultura de los chiqueros, penetran en vuestra delicada organización huma­na a través de las vísceras del puerco, debilitando vuestras energías vitales. Se hace muy difícil al médico situar esa incur­sión patogénica, incluso su incubación y período de desenvolvimiento. Por tal motivo, más tarde se considera la enfermedad como originada en otras fuentes patológicas.

Pregunta: ¿Creéis, por ventura, que la alimentación carní­vora pueda acarrear perjuicios físicos, hallándose la criatura humana condicionada desde hace muchos milenios a esa forma nutritiva? ¿Cuál es la culpa del hombre al ser carnívoro, si desde su infancia espiritual fue condicionado para poder sobre­vivir en el mundo físico?

Ramatís: Os repetimos: no todas las cosas que sirvieron para sustentar al hombre en los primeros tiempos de su vida en el plano físico, pueden ser convenientes para el futuro, al surgir nuevas condiciones morales o psicológicas, que llevan a la cria­tura humana a cultivar concepciones más avanzadas. Antigua­mente, a los ladrones se les amputaban las manos; y a los perjuros se les arrancaba la lengua. Si os apegáis tanto al tra­dicionalismo del pasado, ¿por qué a los maldicientes modernos no les aplicáis esas disposiciones punitivas, brutales e impiado­sas? Los trogloditas comían sin escrúpulos los fragmentos de la carne, impregnados del detritus del suelo; hoy, no obs­tante, usáis platos, salas para comer y laváis el alimento. Cier­tamente, alegaréis que ahora existe un sentido estético progresista y que tenéis comprensión de la higiene humana; ¡pero no con­cordáis, ahora, que ese mismo sentido estético debe pedir ya la eliminación de la carne, de vuestras mesas originarias de enfermedades!

Cuando el hombre se valía de la ingestión de las vísceras de los animales para poder sobrevivir en el medio rudo y agresivo de la materia, su alma era compatible con la rudeza del am­biente inhóspito, pero actualmente, el espíritu humano alcanzó nociones morales tan elevadas, que deben armonizarse con una nutrición más estética. ¡No se justifica que después de su verticalización de la forma hirsuta de la edad de piedra, prosiga nutriéndose tan sanguinariamente como la hiena, el lobo, la zorra o las aves de rapiña! Además de brutal y detestable para aquellos que desean libertarse de los planos inferiores, la carne es un continuo foco de infección para la contextura magnética delicada del cuerpo etéreo-astral del hombre.

Pregunta: ¿Qué opináis, entonces, de aquellos que son opues­tos a la ingestión de la carne de puerco y que la consideran realmente enfermiza y repugnante, debido a la forma nausea­bunda en que son engordados en los chiqueros?

Ramatís: Aunque esa aversión particular por la carne de puerco sea un paso a favor de la salud astrofísica, no por ello desaparecen otros nefastos procesos nutritivos que prefieren, que contrarrestan su primera  disposición. Los mórbidos  cuidados técnicos y las exigencias científicas, continúan en otros sectores donde se procura el bien exclusivo del hombre y el máximo sacrificio para el animal. Aquí, mórbidos industriales crían mi­llones de gansos bajo régimen específico, desarrollándoles el hígado de tal modo que las aves se arrastran por el suelo en macabros movimientos claudicantes, con el fin de que la in­dustria del "paté foie-gras" obtenga más rica sustancia para el enlatado moderno; allí, humildes peritos baten apresuradamente la sangre del buey, para transformarla en tétricos chorizos de sustancia animal coagulada; allá, se aprovechan los órganos se­cretores del animal, aunque los reconozcáis como depósito de venenosos detritos repugnantes: raspados y sometidos al agua hirviente, los transformáis en manjar exquisito para la mesa festiva. ¡La cazuela terrestre admite, desde la médula del ani­mal, hasta los surcos carcomidos de sus cansadas patas!

¡Y, no satisfechas con la mórbida nutrición de la semana, algunas criaturas escogen el más bello domingo de cielo azul y sol puro, para practicar la caza destructora de aves inofen­sivas, completando cruelmente la carnicería de la semana! Mul­titud de aves, de plumas ensangrentadas, vienen a los hogares, en donde son transformadas en nuevos menús epicurísticos, con el fin que el cazador de aves obtenga algunos momentos lúbricos mientras tritura la carne tierna de los pájaros inofensivos. ¡Cuán­tas veces la propia Naturaleza se venga de la ignominia humana contra sus piezas vivas! ¡Súbitamente, el cazador cae agonizante junto al cañón asesino de su propia arma, en el accidente im­previsto o con el disparo imprudente del compañero descuidado! ¡Otras veces, la serpiente, la bacteria infecciosa o el insecto venenoso, terminan tomando venganza contra la matanza sin gloria!

¡Qué importa, pues, que algunos sean opuestos a la inges­tión de la carne de buey o de puerco, si continúan deleitándose con otros alimentos carnívoros igualmente incoherentes con el sentimiento espiritual que ya debía predominar en el hombre!

Pregunta: ¿Qué opináis de los nuevos recursos preventivos empleados en los mataderos, aplicando antibióticos para evitar la deteriorización prematura de la carne? Esa providencia, ¿no consigue evitar cualquier peligro en su ingestión?

Ramatís: Se trata, apenas, de un esmero enfermizo de vues­tro mundo, que revela el deplorable estado de espirita en que se encuentra la criatura humana. El hombre no se conforma con los efectos dañinos que provienen de su pervertida alimen­tación y procura a todo costo huir a su tremenda responsabilidad espiritual. Pero no conseguirá burlar la ley expiatoria. A poco, nuevas condiciones enfermizas se harán visibles entre los insa­ciables carnívoros protegidos por la "profilaxis" de los antibióti­cos. Además del efecto deletéreo de la carne, que se intoxica cada vez más con la propia emanación astral y mental del hombre desordenado, os habéis de encontrar, con el encanto técnico de nuevas enfermedades situadas en el campo de las alergias inespecíficas, ¡como productos naturales de las reaccio­nes antibióticas en los propios animales preparados para el sacrificio!

¡Nos espanta la contradicción humana, al producir prime­ramente la enfermedad en el animal que pretende devorar, para en seguida aplicarle la profilaxis del antibiótico!

Pregunta: ¿Podéis darnos un ejemplo de esa contradicción?

Ramatís: ¡Cómo no! Vuestra medicina considera que el hombre gordo, obeso, hipertenso, es un candidato a la angina y a la conmoción cerebral; lo clasifica como un tipo hiper-albuminoideo portador de peligrosa disfunción cardio-hepato-renal. La terapéutica más aconsejable, consiste en un régimen de alimen­tación hidrosalina y la dieta reductora de peso; se le suministra una alimentación exenta de grasas y predominantemente vegetal, aludiendo el médico al peligro de la nefritis, al grave disturbio en el metabolismo de las grasas y a la indefectible esteatosis hepática. ¡Creemos que si los antiguos indios antropófagos conociesen algo de la medicina moderna y pudiesen comprender la naturaleza mórbida del obeso y su probable disfunción orgá­nica, en modo alguno permitiría que sus tribus devorasen los prisioneros excesivamente gordos! Comprenderían que eso les causaría enfermedades molestas en vez de salud, vigor y coraje que buscaban al devorar al prisionero en aparente régimen de ceba.

Pero el hombre del siglo XX, aunque reconozca la enferme­dad que proporcionan las grasas, devora los cerdos obesos, hi­pertrofiados por la gordura albuminosa, con tal de conseguir la prodigalidad de la manteca y del tocino: primero, los enferma en inmundo chiquero, donde las larvas, bacilos y microorganis­mos propios de los charcos, fermentan las sustancias que alimentan los oxiuros, lombrices, tenias, amebas colis o histolíticas. El infeliz animal, sometido a la nutrición putrefacta de las lavazas y de los detritos, se renueva en sus propias deyecciones y exuda la peor cuota de olor nauseabundo, convirtiéndose en un trans­formador vivo de inmundicias, con el fin de acumular la detes­table gordura que debe servirse luego en las mesas fúnebres. Exhausto, obeso, letárgico y sudoroso, el puerco cae al suelo con las grasas hartas y queda sumergido en el lodo nausea­bundo; es una masa viva de urea gelatinosa, que solamente puede ser levantada con ayuda, para la hora del sacrificio en el matadero. ¡De qué vale, pues, el convencional beneplácito de "sano" con el cual cree cumplir el veterinario en su autoriza­ción para el corte del animal, cuando la ciencia humana permitió previamente él máximun de condiciones patogénicas!

En modo alguno os podrá librar esa tétrica "profilaxis" antibiótica, de la secuencia acostumbrada a la que sois sometidos implacablemente; continuaréis siendo devorados, del mismo modo, por la cirrosis, la colitis, la úlcera, la tenia, el infarto, la nefritis o el artritismo; os cubriréis, también, de eczemas, urti­carias, pénfigo, llagas o costras sebáceas; continuaréis, indudable­mente, bajo el guante de la ictericia, de la gota, de la jaqueca y de las infecciones desconocidas; cada día, enriqueceréis más los cuadros de la patogenia médica, que serán clasificados como "casos brillantes", en la esfera principal de los síndromes alér­gicos.

Pregunta: Toda vez que los animales y las aves son incons­cientes y de fácil proliferación, sacrificarlos para nuestra alimen­tación, ¿debe ser considerado un crimen severo, en vista de tratarse de una costumbre que nació con el hombre? Creemos que Dios estableció la vida tal como ella es y que, por tanto, el hombre no debe ser culpado por seguir apenas sus directrices tradicionales. Debía cumplir a Dios, en su Augusta Inteligencia, conducir sus criaturas hacia otra forma de nutrición indepen­diente de la carne; ¿no es verdad?

Ramatís: La culpa comienza, exactamente, en donde comien­za la conciencia; cuando ya puede distinguir lo justo de lo injusto, lo cierto de lo errado. Dios no condena sus criaturas ni la penitencia por seguir las directrices tradicionales que les parecen más ciertas; no existe, en realidad, ninguna institución divina destinada a penitenciar al hombre, sino que es su propia conciencia la que lo acusa cuando despierta y se apercibe de sus errores ante la Ley de la Armonía y Belleza Cósmica. Ya os hemos dicho que cuando el salvaje devora a su hermano para matar el hambre y heredar sus cualidades guerreras, es consi­derado como un espíritu sin culpa y sin malicia ante la Suprema Ley de lo Alto, Su conciencia todavía no es capaz de extraer ilaciones morales o verificar cuál es el carácter superior o inferior de la alimentación vegetal o carnívora. Pero el hombre que sabe implorar piedad y clamar por Dios en sus dolores; que distingue la desgracia de la ventura; que aprecia el confort de la familia y se conmueve ante la ternura ajena; que derrama lágrimas de compunción ante la tragedia del prójimo o las novelas melodra­máticas; que posee sensibilidad psíquica para notar la belleza del color, de la luz y de la alegría; que se horroriza con la guerra y censura el crimen, teme la muerte, el dolor y la desgracia; que distingue al criminal del santo, al ignorante del sabio, al viejo del joven, la salud de la enfermedad, el veneno del bálsa­mo, la iglesia del prostíbulo, el bien del mal; ese hombre ha de comprender también el equívoco de la matanza de los pájaros y de la multiplicación incesante de los mataderos, frigoríficos y carnicerías sangrientas. ¡Y será delincuente ante la Ley de Dios si después de poseer esta conciencia despierta, persiste aún en el error que es condenado en el subjetivismo del alma y que des­miente un Ideal Superior!

Si el salvaje devora el trozo de carne sangrienta del ene­migo, lo hace atendiendo a que Tupan, o sea su Dios, quiere sus guerreros llenos de energías y de heroísmos; pero el civilizado que mata, descuartiza, cuece y usa su inteligencia para mejorar el mojo y emplear la pimienta y la cebolla sobre las vísceras del hermano menor, vive en contradicción con la prescripción de la Ley Suprema. En modo alguno puede alegar la ignorancia de esa Ley, cuando le tuerce el pescuezo a la gallina o cuando el buey es traumatizado por el golpe en la nuca; cuando el puerco y el carnero caen con la garganta dilacerada; cuando la maldad humana hierve los crustáceos vivos, emborracha el pavo para "ablandar su carne" o satura al puerco de sal para mejorar el chorizo hecho con la sangre coagulada.

¡Cuántas veces, mientras el cabrito doméstico lame las ma­nos de su dueño, al que se aficionara inocentemente, recibe, el infeliz animal, la cuchillada traicionera en sus entrañas, solamente porque es la víspera del Nacimiento de Jesús! ¡La vaca se lamenta y lame el lugar en que mataron su becerro; el cordero llora en la ocasión en que lo llevan a morir!

No matáis la rata, el perro, el caballo y el papagayo, para vuestras mesas festivas, porque la carne de esos seres no se acomoda a vuestro paladar delicado. En consecuencia, no es la ventura del animal lo que os importa, sino la ingestión placen­tera que os puede ofrecer en las lúgubres mesas.

Pregunta: ¿Cómo podríamos vencer ese condicionamiento biológico y hasta psíquico, por el cual nuestra constitución or­gánica se halla hereditariamente predispuesta a la alimentación carnívora?

La ciencia médica afirma que ante la simple idea de ali­mentarnos, el sistema endocrínico produce jugos y hormonas de simpatía con la carne, de cuya sincronización perfecta entre el pensamiento y el metabolismo fisiológico, deducimos queda de­mostrada la fatal necesidad de la nutrición carnívora. ¡En com­pensación, muchos vegetarianos han revelado alergia a las frutas y hortalizas!

¿No es eso bastante para justificar la afirmativa de que nuestro organismo necesita evidentemente de la carne para des­arrollarse sano y vigorosamente?

Ramatís: El tabaco no fue creado para ser fumado por el hombre; es éste el que imita la estulticia de los indios descu­biertos por Colón, terminando por convertirse en un esclavo de la aspiración de las hierbas incineradas. A la simple recordación del cigarro, vuestro sistema endocrino, en un perfecto trabajo psicofísico de prevención, produce también antitoxinas que deben neutralizar el veneno de la nicotina y protegeros de la introduc­ción del humo fétido en los pulmones delicados. La sumisión al deseo de ingerir la carne, es igual a la sumisión del fumador inveterado a su comando emotivo, pues es más víctima de su debilidad mental que de una invencible actuación fisiológica. El vicioso del cigarro se olvida de sí mismo, y por eso aumenta progresivamente el uso del mismo, acicateado continuamente por el deseo insatisfecho, creando entonces una segunda naturaleza que se convierte en implacable y exigente verdugo.

Comúnmente, fumáis sin daros cuenta de todos los movi­mientos preliminares que os comandan automáticamente, desde la abertura de la pitillera hasta la colocación del cigarro en los labios descuidados; completamente inconscientes de esa realidad viciosa, no es que fumáis, sino que sois fumados por el cigarro, guiados por el instinto indisciplinado. En el vicio de la carne, ocurre el mismo fenómeno; vivís distanciados de la realidad que sois esclavos del hábito de comer carne. Si el sistema endocrino produce jugos y hormonas ante la simple idea de ingerir carne, por ello no se comprueba que fuisteis específicamente creados para la alimentación carnívora. Es simplemente un viejo hábito que atendió a las primeras manifestaciones groseras de la vida del hombre de las cavernas trogloditas y que, por vuestro descui­do, aún os comanda el mecanismo fisiológico, sometiéndoos a su dirección.

Las providencias preventivas, en el metabolismo humano, deben ser tomadas en cualquier circunstancia. El indio que se habituó a la ingestión de frutos sazonados y vegetales sanos, fa­brica también sus hormonas y jugos digestivos, ante la simple idea de la alimentación a que está acostumbrado. La diferencia consiste en que él carece de hormonas destinadas a la nutrición puramente vegetal, mientras que vosotros tenéis que producirlas para cubrir la digestión de los despojos de la nutrición carnívora.

Alegáis que muchas personas se enferman al dedicarse a la alimentación vegetariana. En verdad, comprobáis, que estáis tan estratificados por el mal hábito de la alimentación carnívora, que vuestro metabolismo fisiológico ya no consigue asimilar satisfac­toriamente los frutos sanos y los vegetales nutritivos, manifes­tándose en vosotros los pintorescos fenómenos de alergia. No obstante, una vez que disciplinéis la voluntad y vigiléis mental­mente el deseo mórbido, despertando de la inconsciencia imagi­nativa de la nutrición zoofágica, os sentiréis más libres del in­defectible condicionamiento biológico carnívoro.

Pregunta: ¿Qué ejemplos podéis ofrecernos, que nos puedan hacer comprender esa "inconsciencia imaginativa" ante la carne?

Ramatís: Es que hay más falta de vigilancia mental que condicionamiento biológico, de vuestra parte, en lo tocante a la alimentación carnívora; y eso lo podéis verificar por la con­tradicción de vuestro gusto y de vuestro paladar, que se per­vierten bajo la falsa imaginación. ¡Cuántas veces, delante de cadáveres víctimas de un incendio o de una explosión, acostum­bráis a sentir náuseas y repugnancia, por el hecho de que las vísceras carbonizadas exhalan olor fétido de carne quemada!

Mientras tanto, momentos después, atraídos por el aspecto del churrasco pintoresco, os excitáis dominados por el mórbido ape­tito, olvidándoos que el churrasco es también carne de animal quemada a fuego lento, diferenciándose apenas por la naturaleza de los mojos que se le agregan. La contradicción es flagrante: allí, la repugnancia os domina ante el cadáver asado por la explosión; allá, el condicionamiento biológico o la negligencia del raciocinio, produce jugos y hormonas que activan el apetito degenerado. Todo eso ocurre, no obstante, porque todavía ali­mentáis la ilusión de un placer nutritivo que es sugerido por igual resto mortal, pero diferenciado por el mojo excitante.

La humareda repulsiva que sale del cadáver de un buey carbonizado en un incendio, es la misma que ondula sobre las parrillas engrasadas de la churrasquería, en las que las vísceras del animal vierten albúmina rociada con el vinagre y el jugo de la cebolla. El pedazo de carne recortado de los despojos cadavéricos asado al fuego de la caballeriza, puede ser tan "suave y agradable" como el "filet mignon" que el "garcon" vestido con camisa engomada, os ofrece sobre el plato de porcelana. ¡La lengua arrancada del bovino achicharrado por la pólvora de la explosión inesperada, puede ser tan "apetitosa" como la ofre­cida en un lujoso restaurante bajo las ondulaciones melodiosas de la festiva orquesta!

Mientras os dejéis comandar discriminadamente por esa vo­luntad débil y por la imaginación deformada, o por la incons­ciencia imaginativa, seréis siempre las víctimas de los vicios tontos del mundo y de la alimentación perniciosa de la carne. Es evidente que no hay condicionamiento de especie alguna, cuando se trata de esa disposición infantil con la que vuestra imaginación es ahora lúcida, recordando la realidad de la carne quemada y luego se olvida por completo viendo un suculento bocado en aquello que antes era una realidad repugnante.

Pregunta: Además de la enfermedad que puede ser trasmi­tida por el animal hipertrofiado por la gordura, y de la culpa que alcance al hombre a su muerte, ¿la ingestión de la carne causa también perjuicios directos al alma?

Ramatís: El animal posee el "doble-astral", que está revesti­do de magnetismo astral. Ese vehículo etéreo-astral, sobrevive a la disolución del cuerpo físico y sirve de "matriz" para que en el futuro, el animal se integre nuevamente en su especie particular. Aunque ese doble-astral esté todavía inhibido de sus­tancia mental que pudiera permitirle algunos reflejos de razón, es poderosamente receptivo a las energías existentes en el medio en que vive el animal. De acuerdo con la vida de este último, su envoltura sobreviviente revela también la naturaleza mejor o peor de la especie a la que el animal pertenece. En conse­cuencia, el aura del puerco, por ejemplo, es sumamente grosera, instintiva y letárgica en comparación con el aura del perro, del gato o del carnero, los cuales se sitúan en un plano más efectivo y revelan algunos destellos de entendimiento racional.

El chiquero, es un clima repulsivo y repleto de energías deletéreas, que actúan tanto en el campo físico como en la esfera astral. Cuando el cerdo es sacrificado, refluye bajo el impacto violento, febricitante y doloroso de la muerte. El choque que extingue su existencia aun plena de vitalidad física, exacerba su doble-etéreo astral que está bajo el comando general del espíritu-grupo. Esa matanza prematura que interrumpe de sú­bito la corriente vital energética, irrita furiosamente las fuerzas de todos los planos interpenetrantes del animal. Los demás vehículos se contraen y se constriñen, al mismo tiempo, friccio­nándose en un torbellino de energías contradictorias y violentas y se liberan como verdaderos explosivos etéreos. Se produce una completa "coagulación físico-astral". La sangre, que es la linfa de la vida y portadora de los elementos más poderosos del mun­do invisible, aprisiona en su seno el "quantum" de energía infe­rior del mundo astral que el propio puerco lleva en su cuerpo físico.

En el instante de la muerte, las energías deletéreas que fluctúan en el aura del cerdo y que intercambian el fenómeno de la vida inferior, se coagulan en la carne sacrificada combinán­dose con el "tonus vital" degradado que proviene de la ceba y del sufrimiento del animal en el charco de albúmina y de urea. La carne del puerco, queda verdaderamente gomosa, por la sustancia astral que se coagula a su alrededor y se fija viscosamente en las fibras cadavéricas.

Los espiritistas y demás estudiosos del alma, saben que todas las cosas y los seres, son portadores de un vehículo etéreo-astral que absorbe las energías ambientales y expele las que son gastadas en los cambios afines a sus tipos físicos o psíquicos.

Cuando ingerís trozos de carne de puerco, absorbéis también su parte astral inferior, que se adhiere a la coagulación de la sangre. Esa energía astral desordenada y pegajosa, es agre­siva y nauseabunda en los planos etéreos. Cuando los jugos gástricos descomponen la carne física en el estómago humano, se libera entonces esa viscosidad astral repelente y perniciosa. Bajo la ley de atracción y correspondencia vibratoria en los mismos planos, la sustancia gomosa que es exudada por la carne dige­rida en el estómago, se incorpora al cuerpo etéreo-astral del hom­bre rebajando las vibraciones de su aura, colándose en la deli­cada fisiología etérea invisible, a semejanza de pesada cerrazón oleaginosa y astringente. El astral albuminoso del puerco, cuando es ingerido el "delicioso bocado" asado, se transforma en densa cortina fluídica en el campo áurico del hombre excesivamente carnívoro. De ese modo, se dificulta el proceso normal de la asistencia espiritual desde este plano, pues los Espíritus-Guías no logran atravesar la barrera viscosa de bajo magnetismo, con el fin de formular la intuición orientadora a sus pupilos carní­voros. El aura presenta el aspecto de suciedad causada por las emanaciones del astral inferior ofuscante que exuda la carne del cerdo.

Las personas glotonas y excesivamente aficionadas a la carne de puerco, se creen seguras de envidiable vigor sexual, mientras que las criaturas vegetarianas exclusivamente, tienen un aspecto pálido, son letárgicas y distanciadas de la virilidad propia del mundo de las pasiones humanas. Este hecho, com­prueba que el aumento de nutrición carnívora, lleva aparejado un aumento en la sensación de orden primitivo. Pero, en sentido opuesto, la preferencia por la alimentación vegetariana es un poderoso auxiliar para que el espíritu se libere del yugo material.

Los antiguos banquetes pantagruélicos de los romanos y babilonios, en cuyas mesas suntuosas se amontonaban asados y cocidos cadavéricos, terminaban siempre en lúbricas orgías, ex­citadas aun más por la influencia del astral inferior de los ani­males devorados. Aun hoy, el exceso de la alimentación carní­vora, que es preferida por los aldeanos, estigmatiza a muchos de ellos con las "facies de cerdo" o con el "estigma bovino", que les da un aire pesado y letárgico, caracterizando fisonomías que recuerdan vagamente el temperamento de los animales devora­dos.  Es la excesiva carga astral que interpenetra su periespíritu y transforma su configuración humana, haciendo transparentar los contornos del tipo animal inferior.

En los planos erráticos del Más Allá, es muy común en­contrar espíritus que se aficionaron tan fanáticamente a ingerir despojos de animales, que revelan ciertas caricaturas circenses, con visibles aspectos animalescos caldeados por el astral inferior.

Pregunta: Los orientales, que son absolutamente vegetaria­nos, ¿tienen completo conocimiento de los efectos que nos rela­táis, sobre la carne?

Ramatís: El maestro indio, meditativo y místico, que procura continuamente el contacto con los planos más delicados, evita la ingestión de la carne que contamina el aura con el astral inferior. Los "guías", muy conocidos en la tradición espiritista, luchan con dificultad cuando desean instruiros después que habéis asistido a los opulentos banquetes servidos con vísceras grasientas, que digerís para atender al sofisma de las proteínas. Principalmente en los trabajos de materialización, los delicados fenómenos son inmensamente perjudicados por la presencia de asistentes con los estómagos saturados de carne, identificando el clima repulsivo del necrocomio en que se están descompo­niendo las vísceras.

Ese es, también, uno de los motivos por qué la mayoría de los médiums, obcecados por las churrasqueadas y banquetes opí­paros en los cuales se abusa de la carne, se estacionan en el improductivo animismo, manteniendo débiles contactos con los planos altos. Algunos médiums glotones y exageradamente car­nívoros, ironizan y subestiman las prácticas y las enseñanzas eso­téricas destinadas a desarrollar la sensibilidad psíquica a través del régimen vegetariano. ¡Esas criaturas piensan que las fuerzas sutiles de los planos angélicos, pueden unirse arbitrariamente a los eructos fluídicos de la digestión proveniente de los trozos cadavéricos! Son raras las que comprenden que en los días de trabajos mediúmnicos, pases o radiaciones, deben eliminar la carne de sus mesas. Hay otras que ignoran que el éxito de las operaciones fluídicas a distancia, no dependen, en absoluto, de las proteínas animales, y sí, principalmente, de la exudación ectoplasmática de un sistema orgánico limpio de impurezas astrales.

Pregunta: ¿Cuál es el procedimiento más eficiente para que el discípulo pueda eliminar de su aura o de su periespíritu los fluidos deletéreos que son exudados por la carne animal?

Ramatís: Es la terapéutica del ayuno, el proceso que auxilia mejor al espíritu a drenar las sustancias tóxicas que provienen del astral inferior, pues debido al descanso digestivo, se elimi­nan los fluidos perniciosos. La Iglesia Católica, al recomendar el ayuno a sus fieles, les enseña un método inteligente para favorecer la inspiración superior. Las figuras etéreas de los frai­les trapenses, de los santos o grandes místicos, sujetos a la ali­mentación frugal, comprueban el valor terapéutico de esa alimen­tación. El ayuno aquieta el alma y la libera en dirección al mundo etéreo; auxilia la descarga de las toxinas del astral inferior, que se sitúan en el aura humana de los "civilizados".

Existen en vuestro mundo, algunas instituciones hospitala­rias que han podido extinguir gravísimas enfermedades bajo el tratamiento del ayuno o por la alimentación a base exclusiva de jugos de frutas. Jesús, con el fin de no reducir su contacto con lo Alto ante el asedio tenaz y vigoroso de las fuerzas del mal, mantenía su mente limpia y la gobernaba con absoluta se­guridad, gracias a los prolongados ayunos con los que eliminaba todos los residuos astrales, perturbadores de los vehículos inter­mediarios entre el plano espiritual y el físico. El Maestro no despreciaba ese recurso terapéutico, para afianzar la tesitura delicada de su periespíritu; no se olvidaba de vigilar su propia naturaleza divina, situada en un mundo conturbado y agresivo, que actuaba continuamente sobre él como poderoso vivero de pasiones y de detritus magnéticos, forzando su fisiología angé­lica. Evitaba siempre la alimentación descuidada, y cuando sen­tía pesar en su organización las emanaciones del astral inferior, disminuía la resistencia material a su espíritu, practicando el ayuno que le ofrecía mayor libertad para su mundo celestial.

Nunca vimos a Jesús partiendo trozos de carne u ofreciendo perniles de puerco a sus discípulos. Se servía de los panecillos hechos con miel, de harina de maíz y de mijo, combinados con jugos o caldos de cerezas, fresas y ciruelas.

Pregunta: En la hora de la desencarnación, ¿la alimentación carnívora puede perjudicar el desprendimiento del espíritu?

Ramatís: La ley es inmutable en cualquier sector de la vida. El éxito liberatorio en la desencarnación, depende, por encima de todo, del tipo de vibraciones buenas o malas en la hora en que el desencarnado es sometido a la técnica espiritual desencarnatoria. El perverso que se lanzó en un abismo de crueldad, en su vida física, será siempre un campo de energías tenebrosas e impermeables a la acción de los espíritus benéficos. Pero el santo, que se da todo en amor y servicio al prójimo, se convierte en una fuente receptora de energías fulgurantes que le abren claridades para la ascensión radiosa. Justamente después del abandono del cuerpo físico, es cuando el campo energético del periespíritu revela en el Más Allá, y más fuertemente, el resultado del metabolismo astral que sostuvo en la Tierra. En consecuencia, el hombre carnívoro ha de sentirse siempre más imantado al suelo terrestre que el vegetariano que, además de hallarse espiritualizado, incorpora energías más delicadas en su vehículo periespiritual. Reconocemos que mientras el facineroso vegetariano puede ser un océano de tinieblas, el carnívoro evan­gelizado será un campo de Luz. No obstante, como la evolución induce a la armonía completa en el conjunto psicofísico, entre el hombre carnívoro y el vegetariano, que cultiven los mismos principios de Jesús, el último habrá de lograr más éxito en su desencarnación.

La ausencia de carne en el organismo, lo libra del exceso de toxinas. En la desencarnación, el alma se libera, así, de un cuerpo menos denso y menos intoxicado de albúmina y urca, que provocan la reducción de vibraciones del cuerpo etéreo. El buey o el puerco, desarrollan su vida en una región excesivamente degradada, cuya sustancia astral puede adherirse al aura huma­na, no solamente retardando el dinamismo superior, sino también, reduciendo la influencia de las emociones angélicas.

Pregunta: El hombre evangelizado que se alimenta de carne, ¿contraría las disposiciones divinas? ¿No existen muchos vege­tarianos de mala conducta y hasta pervertidos?

Ramatís: No tenemos duda alguna al afirmar que vale más un carnívoro evangelizado que un vegetariano anticrístico. Pero no estamos tratando ahora de las cualidades espirituales que deben ser alcanzadas por todos los seres humanos, y sí consi­derando si procede bien o no la criatura evangelizada que toda­vía coopera en el desarrollo de los mataderos, churrasquerías, frigoríficos o matanzas domésticas. El alma verdaderamente evangelizada, se siente plena de ternura, compasión y amor. El espíritu  esencialmente  angélico  no  se  regocija  chupando  los dedos impregnados de la grasa del hermano inferior, ni se excita con la voluptuosidad digestiva del lomo de puerco re­lleno o de la costilla asada con rodajas de limón.

¡Es profundamente vergonzoso para vuestro mundo, que el buey generoso, cuya vida enteramente sacrificada para el bien de la humanidad y el placer glotón y carnívoro del hombre, sea más inteligente en su alimentación, que es exclusivamente vege­tariana! ¡No se comprende cómo puede el hombre juzgarse un ser adelantado, ante el absurdo, que el animal irracional prefiera un alimento superior al de su propio dueño, dotado de discerni­miento y razón!

Alabamos incondicionalmente al hombre evangelizado, aun­que sea carnívoro, ¡pero le advertimos que mientras mantenga en el vientre un cementerio, será un esclavo prendido a la rueda de las reencarnaciones rectificadoras, hasta ajustar sus cuentas kármicas con la especie animal! Si es un ser evangelizado, de­be saber que el acto de succionar el tuétano de los huesos y devorar el bistec, lo retiene todavía próximo a sus antepasados salvajes, que se devoraban unos a los otros debido a su profun­da ingestión de vísceras cadavéricas y el acto de matar al her­mano inferior, distancian tanto la frontera entre el ángel y el hombre, como agravan el fardo kármico para los futuros ajustes espirituales.

Pregunta: Pero no nos estamos refiriendo a la acción de matar, esto es, de quitar la vida, puesto que conocemos muchí­simas criaturas carnívoras cuya bondad y piedad nos constan, no son capaces de matar ni un insecto y mucho menos de destruir un ave o un animal.

Ramatís: Los corazones integralmente bondadosos y llenos de piedad, no sólo evitan matar el animal o el ave, sino que tampoco tienen valor para devorar sus entrañas bajo la condi­mentación de la cebolla, la sal y la pimienta... Aquél que mata el animal y lo devora, puede ser menos culpable, porque asu­me en público la responsabilidad de su acto. Mientras el que no lo mata por piedad o por recelo de remordimiento pero que lo devora gustosamente descuartizado por otros actúa ma­ñosamente ante Dios y su propia conciencia. La piedad a dis­tancia no identifica el carácter bondadoso, pues mucha gente huye afligida cuando el cuchillo hiere al animal infeliz, pero regresa satisfecha cuando la cazuela para de hervir y las vísceras se presentan apetitosas. Eso recuerda el clásico sábado de "Ale­luya", en el que los fieles se mantienen en estoico ayuno de carne en la Cuaresma preceptuada por la Iglesia, ¡pero que están aguardando ansiosos que el reloj marque el mediodía, para arro­jarse hambrientos sobre los trozos humeantes que se cuecen en la moderna olla de presión! El hombre "piadoso" que recusa asistir a la matanza del animal, es casi siempre el más exigente en cuanto al asado y el condimento destinado a la carne sacri­ficada a distancia.

Pregunta: La renuncia para matar el animal o el ave, ¿no es, en sí, una protesta contra la existencia de mataderos y car­nicerías? ¿No comprueba eso la posesión de un alma más es­piritualizada?

Ramatís: Las criaturas que matan el ave o el animal al fondo de su corral o su jardín, o que obtienen un salario por su tra­bajo en los mataderos, pueden ser almas primitivas que no apre­cian el grado de su responsabilidad espiritual en la colectividad del mundo físico. Pero aquellos que huyen en la hora cruel de la masacre del hermano inferior demuestran bien que com­prenden la perversidad del acto, y lo reconocen como injusto y bárbaro. En consecuencia, ratifican el conocimiento de su responsabilidad ante Dios, rehusando asistir a aquello que en mente significa una severa acusación al espíritu. Confirman, por tanto, tener conocimiento de la inquietud de matar el animal indefenso e inocente. Es obvio que, si después lo devoran co­cido o asado es aun mayor la culpa porque el mismo acto que condenan con la ausencia deliberada, queda justificado plena­mente en la hora famélica de la ingestión de los restos mortales del animal.

Los que huyen con pseuda piedad, no dejan de ser vulgares cooperadores de las mismas escenas tétricas del sacrificio del animal. El consumidor de la carne, no deja de ser un accionista e incentivador de la proliferación de las carnicerías, mataderos y frigoríficos.

Vuestro código prevé en la delincuencia de vuestro mundo, penas severas tanto para el ejecutor como para el inductor de los crímenes de coparticipación mental, puesto que la responsa­bilidad pesa sobre ambos. Los que no matan animales o aves por piedad, pero digieren jubilosamente sus despojos, son co­partícipes del acto de matar, aunque lo hagan a distancia del local del sacrificio; son, en realidad, cooperadores anónimos de la industria de carnes, toda vez que incentivan el dinamismo de la matanza al consumir la carne que mantiene la institución fúnebre de los mataderos y el trucidamiento injusto de aquellos que Dios creó también para la ascensión espiritual.

Pregunta: Creemos que muchos de los seres divinizados que vivieron en nuestro mundo, se alimentaron también de carne. ¿No es verdad?

Ramatís: Realmente, algunos santos del santoral católico o espíritus desencarnados considerados hoy de alta categoría, pudieran alcanzar el cielo a pesar de haber comido carne. Pero el portador de la verdadera conciencia espiritual, esto es, aquel que además de amar, sabe por qué ama y por qué se debe amar, no debe alimentarse con la carne de los animales. El alma ver­daderamente santificada, repudia incondicionalmente cualquier acto que produzca el sufrimiento ajeno; abdica de sí misma y de sus gozos en favor de otros seres, transformándose en una Ley Viva de continuo beneficio, y en obediencia a esa Ley benéfica, se asemeja a la fuerza que dirige el crecimiento de la simiente en el seno de la tierra: alimenta y fortifica, ¡pero no la devora!

Esa conciencia espiritual se vuelve una fuente de tal ge­nerosidad, que toda expresión de vida del mundo, la comprende y estima por su protección y por su actuación inofensiva. Sabéis que Francisco de Asís hablaba a los lobos y éstos le oían como si fuesen inofensivos corderos. Jesús extendía sus manos bendi­tas, y las víboras más feroces se aquietaban en dulce embeleso. Sri Maharshi, el santo de la India, cuando estaba en divino "samadhi", era alcanzado por las arañas que dormían en sus manos, o acariciado por las fieras que lamían su cara. Algunos místicos hindúes se dejan cubrir por insectos venenosos y por abejas agresivas, que vuelan sobre su piel con la misma delica­deza con que lo hacen sobre las corolas de las flores. Los anti­guos iniciados Esenios, se adentraban en las florestas bravías con el fin de alimentar a los animales feroces que eran víctimas de las tormentas y de los cataclismos. Algunas criaturas se va­naglorian de no haber sido mordidos por abejas, insectos dañi­nos, perros o culebras. Generalmente, son personas vegetarianas que mantienen integralmente vivo su amor por los animales.

¡Las almas angélicas que llegaron a comprender realmente el motivo de la vida del espíritu en el mundo de las formas, que poseen un corazón magnánimo e incapaz de presenciar el sufrimiento de los animales, no devoran sus entrañas; como los verdaderos amigos de los pájaros, no los encierran en jaulas, aunque éstas sean doradas! Es ilícito que el hombre destruya un patrimonio valioso que Dios le confía para su provisional administración en la Tierra; le cumple proteger, desde la flor que perfuma el margen de los caminos, hasta el infeliz animal arisco que sólo pide un poco de pan y de amistad. El devorador de animales, por muy evangelizado que sea, es un perturbador del orden espiritual en la materia. Se podrá justificar como desee, pero su persistencia en nutrirse con el despojos de los animales, prueba que todavía no se adaptó, por completo, a los verdaderos objetivos del creador.

Pregunta: ¿Qué reacción psicofísica debe sentir la persona bajo el impacto del fluido magnético-astral que se liberta de la carne del puerco?

Ramatís: La reacción varía de conformidad con el tipo individual: el hombre común, demasiado condicionado a la in­gestión de la carne de puerco, se sentirá más fortalecido e instigado enérgicamente para la vida de relación, del mismo modo que un motor pesado y rudo funciona mejor con un com­bustible burdo. Los hombres coléricos, irascibles y descontro­lados en sus emociones, que se esclavizan fácilmente a los impul­sos del instinto animal, son, comúnmente, fanáticos adoradores de las mesas abundantes y grandemente aficionados a las chu­rrasqueadas. El magnetismo vital inferior que incorporan con­tinuamente en su organismo físico y astral, les activa mucho los centros del comando animal, pero les perjudica la naturaleza angélica en el metabolismo, para que puedan lograr un mag­netismo superior. Las reacciones varían, por tanto, de acuerdo con la sensibilidad psíquica y con la condición espiritual de los carnívoros.

¡Un simple pedazo de carne de puerco, que sería suficiente para perturbar el periespíritu delicado de un Gandhi o de un Francisco de Asís, podría acelerar la vitalidad del psiquismo descontrolado de un Nerón o de un Heliogábalo!

Pregunta: Toda vez que estamos operando en un mundo físico y compacto, que requiere de nosotros actividades exhaustivas, ¿no podría el abandono de la alimentación carnívora pro­vocarnos una anemia peligrosa?

Ramatís: Sabéis que el cuerpo humano es un conglomerado de materia ilusoria, que un número inconcebible de espacios vacíos interatómicos, predomina sobre una cantidad microscó­pica de masa realmente absoluta. Si pudieseis comprimir todos los espacios vacíos que existen en la intimidad del cuerpo físico, hasta que pudierais conseguir lo que científicamente se deno­mina "pasta nuclear", lo reduciríais a una pizca de polvo micros­cópico, que vendría a ser la masa real existente. El organismo humano es una maravillosa red de energía sustentada por un genio cósmico. El hombre es un espíritu adherido al polvo visible por los ojos de la carne. En realidad, es más nítido, dinámico, verdadero y potencial en su "hábitat" espiritual, libre del polvo engañador. Vosotros ingerís gran cantidad de masa material, en forma de opípara alimentación, atendiendo más a las contracciones espasmódicas del organismo, que a la necesi­dad magnético-vital. El cuerpo, en verdad, solamente asimila el "quantum" que necesita para sustentar la forma aparente, por cuyo motivo excreta casi toda la cuota ingerida. En los planetas más evolucionados, la alimentación consiste, casi toda, a base de jugos que penetran en la organización viva, algunas veces hasta por el fenómeno común de la osmosis y absolutamente sin excreción. En ellos, las almas ya evolucionadas, saben ali­mentarse, en gran parte, a través de los elementos etéricos y magnéticos absorbidos del Sol o del ambiente, incluyendo el energismo pránico del oxígeno de la atmósfera.

No os será difícil comprobar que muchos operarios mal ali­mentados, consiguen realizar tareas pesadas, como tradicionales peregrinos del pasado, que pregonaban la palabra del Señor al mundo conturbado, viviendo frugalmente y abjuraban de la carne. El progreso espiritual se evidencia en todos los campos de acción en que el espíritu actúa; por cuyo motivo —-si real­mente pretendéis alcanzar el estado angélico— tendréis también que procurar desenvolver un metabolismo más delicado y escogido, en la alimentación de vuestro cuerpo. La ascensión espiritual exige la continua reducción del bagaje de excesos del mundo animal. ¡Sería ilógico que el ángel alcanzase vuelo definitivo hacia las regiones excelsas, sintiendo nostalgia por la ingestión de la grasa de sus hermanos inferiores!

Pregunta: Si el hombre persistiera en alimentarse con carne, ¿qué recursos podrán emplear los Mentores espirituales para apartarlo de esa nutrición?

Ramatís: Sabéis que los excesos en las mesas pantagruélicas, principalmente en la alimentación carnívora, cuando demues­tran la irresponsabilidad del espíritu humano para con su propia felicidad, son corregidos con la terapéutica de las admirables válvulas de seguridad espiritual, que ahí, en vuestro mundo, funcionan bajo la terminología clásica de la ciencia médica, con las sugestivas denominaciones de úlceras, cánceres, cirrosis, ne­fritis, enterocolitis y llagas, incluyendo la creación de condiciones favorables para el "hábitat" de las amebas coli o histolíticas, estrongiloides, tenias o inquietos protozoarios de formas exóticas. Bajo la acción de ese recurso de la naturaleza, se van acentuan­do, entonces, los cambios exigibles a la entidad espiritual, y la compulsoria frugalidad va actuando para la transformación ex­haustiva pero concretizable del animal, en la figura del ángel. Las excrecencias anómalas y mórbidas que se diseminan por el cuerpo físico, funcionan en la prodigalidad de señales de advertencia que regulan armónicamente el trabajo digestivo. Ellas obligan a dietas espartanas o a sustituciones por nutriciones más delica­das, al mismo tiempo que se rectifican impulsos de glotonería y llevan a cabo funciones que purifican el astral ambiental y en la intimidad de la tesitura etérica. ¡Cuántas veces el obsti­nado carnívoro se somete a rigurosa abstinencia de la carne, debido a la úlcera gástrica que surge para obligarlo a ajustarse a una nutrición más sana!

Pregunta: ¿Podemos esperar que la Divinidad haga todo lo necesario para que en el futuro sean extinguidos los mataderos, los frigoríficos y las carnicerías de la Tierra?

Ramatís: ¡No tenemos duda alguna al respecto! En el tercer milenio no deberán existir las instituciones que se mantienen a costa de la industria de la muerte, deberán desaparecer, poco a poco, tanto por motivos de orden económico, epidémico o acci­dental, como por el repudio humano y la mejoría en el tipo de nutrición del hombre. Sabéis que el repudio a la carne, es uno de los principales fundamentos de las doctrinas del Oriente, en donde se destacan el Hermetismo, el Hinduismo, el Budismo, el Yoguismo, el Esoterismo y la Teosofía, además de millares de otras sectas que se desarrollan a su sombra.  La proverbial negligencia del Occidental para con la abstención de la carne, lo que habría de favorecerle un karma suave para el futuro, termina envolviéndolo demoradamente en el engranaje melan­cólico de las enfermedades, que lo obligan a dietas angustiosas y a incurrir en gastos con el médico y la farmacia.

Pregunta: Teniendo en cuenta que la industria de la carne ofrece trabajo a millones de criaturas, estimamos que su parali­zación súbita representaría un desastre económico para nuestro mundo. Toda vez que se multiplican las carnicerías, frigoríficos e industrias de carne enlatada, debe ser porque la Divinidad lo permite: ¿no es así?

Ramatís: Cuando aparecieron en vuestro mundo los prime­ros automóviles, los antiguos cocheros y constructores de ve­hículos de tracción animal, se asustaron también ante la inmi­nencia del terrible desastre económico, pues temían por el cierre de las herrerías, de las fábricas de coches, y mucho más, por los perjuicios causados a los criadores de caballos, fabricantes de guarniciones, pintores y tapiceros. No obstante, la sabiduría de la vida transformó todo eso en talleres mecánicos, puestos de gaso­lina, lavaderos de autos; surgiendo, además, los artífices de la goma, los garagistas, estaciones de servicio, vigilantes del tránsi­to, niqueladores, fabricantes de parabrisas, pintores y extensa industria de tambores, latas, frascos, aceites y demás artículos necesarios para la fabricación de los automóviles. En lugar de la quiebra prevista por el angustioso pesimismo, se desenvolvió una de las más poderosas actividades que han enriquecido a los países productivos. De igual modo, la paralización de la fúnebre industria de la carne, además de constituirse en inefable bendición para vuestra humanidad, ha de favorecer la construc­ción del más rico parque industrial de productos frugívoros, vegetales y sus derivados, capaz de atender al paladar más exigente, el cual se encuentra actualmente deformado por la nutrición cadavérica. |La química y la botánica, serán llamadas a contribuir decisivamente para la nueva riqueza, produciendo los más variados tipos de frutas, que han de transformarse en bocados paradisíacos!

La suposición que la divinidad pueda estar de acuerdo con el sostenimiento de carnicerías y mataderos, es consecuente de la interpretación falsa de los designios de Dios. Reparad que actualmente se hace más difícil la adquisición de carne por los pobres, pues se ven obligados a recurrir a otras fuentes de ali­mentación. Ignoráis que, a medida que aumenta la dificultad para el hombre, de ingerir carne, se va atrofiando el mecanismo psíquico del deseo carnívoro, que poco a poco va desapare­ciendo hasta alcanzar la abstinencia total.

Ante la comprobación científica que la carne del animal cansado o con su metabolismo perturbado, provoca irregulari­dades en los que la ingieren, pues aumenta las toxinas que cir­culan por la sangre, debéis percibir que cada vez que ingerís carne estaréis absorbiendo un poco del veneno del animal. Los médicos estudiosos habrán de notar que el recrudecimiento y presencia de las amebas e infecciones inespecíficas del colon intestinal, incluyendo las ulceraciones y las fístulas rectales, eventos hemorroidales y aumento en la viscosidad sanguínea, son causados en parte, por el uso inmoderado de la carne de puerco. En vista del aumento constante de los individuos hiper-proteizados, cuyos cadáveres pueblan los cementerios a conse­cuencia de síncopes, infartos y derrames cerebrales, muy pronto oiréis el grito de alarma de vuestra ciencia médica: ¡eviten la carne de puerco!

Pregunta: Pero, dejando a un lado la industria de carne pro­piamente dicha, ¿no consideráis los grandes perjuicios que sur­girían con la extinción de los mataderos y carnicerías, debido a la falta de materia prima para la fabricación de artículos de cuero?

Ramatís: Difícilmente conseguís comprender los mensajes divinos que Dios os envía, solicitando de vosotros la modificación de los viejos hábitos perniciosos y ofreciéndoos, en cambio, otros medios más valiosos que atiendan a la sustitución deseada. Ya hace mucho que proliferan en vuestro orbe las benditas indus­trias del "nylon" y de otros productos de manufactura plástica, capaces de sustituir con éxito la mórbida fabricación de arte­factos de cuero arrancado al infeliz animal. En el tercer mile­nio, ya no serán preferidos el zapato, la bolsa, la cartera o el traje confeccionado con la materia prima sangrienta, que esti­mula hoy la industria de la muerte.

Hoy mismo, en lo concerniente a accesorios de vuestra ali­mentación, el aceite y la manteca de coco sustituyen a la repul­siva grasa cultivada en el chiquero y en el charco de albúmina del puerco.

Pregunta: ¿Quiere decir eso que el hombre terrestre, en el futuro, se volverá exclusivamente vegetariano?

Ramatís: No tengáis duda alguna. Ese es un imperativo indiscutible para la humanidad futura. ¡El progreso económico a base de la industria de la muerte, en la fabricación del jamón enlatado, del "paté foie-gras", que es pasta de hígado hipertro­fiado de ganso o de gallina, de los cocidos de vísceras saturadas de urea del pacífico buey, o de los repulsivos chorizos en cuya fabricación abunda la sangre coagulada, todo ello bajo envol­turas atractivas, no constan en los planos siderales para atender a las necesidades del mundo en el tercer milenio!

Así como os horrorizáis ante la antropofagia de los salvajes, que devoran músculos y trituran con sus dientes las tibias de sus adversarios —lo que desde el punto de vista de vuestro código penal sería considerado crimen horroroso— en el futuro, cuando imperen las Leyes Áureas de Protección a las Aves y a los Animales, ¡serán procesados criminalmente los "virtuosos civilizados" que intenten devorar a sus hermanos menores para adquirir las famosas proteínas!

Pregunta: Ya existen en nuestro mundo, algunas sociedades de protección a los animales y a las aves, que parecen probar que se está dando un paso notable para él establecimiento del régimen vegetariano en la Tierra.  ¿Qué opináis a este respecto?

Ramatís: Consideramos loable tal propósito, pero la mayoría de esas sociedades sólo se preocupa por ahora con la reglamen­tación de la caza, pero muy poco con los malos tratos a los animales de carga y transporte. La verdadera sociedad de pro­tección al animal y al ave, que pretenda realmente encuadrarse en los cánones divinos, tendrá que luchar tenazmente para que se evite la muerte del infeliz ser que todavía es sacrificado para atender a las mesas de los civilizados. Paradójicamente, muchos de vuestros contemporáneos que constituyen las sociedades de protección a los animales, ¡son comedores de carne, y, por tanto, cooperadores para que prosigan las carnicerías y mataderos, en donde el sentido utilitario desconoce la mansedumbre, la piedad y el amor!

No dudamos que podáis llegar un día al ridículo de con­memorar los aniversarios de las instituciones terrestres de pro­tección a los animales y a las aves, con una festiva y suculenta churrasqueada de carne de buey sacrificado en las vísperas, en el cual, los brillantes oradores han de proferir discursos sobre la Ley de la Caza o el amor al animal, mientras el matarife prepara el "apetitoso" filete en el asador con el sazonamiento de moda.

La cuestión de restringir la caza del ave o del animal, no constituye protección alguna o prueba de piedad para con esos seres; es solamente un extremado cuidado para que no se extin­gan prematuramente las especies reservadas, a la destrucción por los cazadores, en tiempo oportuno. La piedad y la protección a los pájaros y a los animales de las selvas, sólo la demostraréis con la absoluta recusa o prohibición de matarlos en cualquier tiempo o período del año. La oficialización de la época apro­piada para la matanza de pájaros y de animales indefensos, es un subterfugio que no os eximirá, ante las leyes de la vida, de la responsabilidad de matar. A pesar de la utilización de la silla eléctrica y de los fusilamientos oficiales, como medida perfectamente legal, ante Dios es un crimen oficializado y mucho peor que el homicidio que el individuo cometió por un mal sen­timiento, de amor, hambre, en un momento de cólera o en un deseo incontrolable de venganza. El criminal, aunque sea contu­maz en la delincuencia, no valora, comúnmente, la extensión del delito que realiza, al que casi siempre es instigado por feroz egoísmo de instinto de conservación. Pero los creadores de leyes que autorizan asesinatos premeditados, serán responsables por el delito de matanza por cálculo, aunque aleguen que lo hacen en defensa de las instituciones sociales.

Pregunta: ¿Cómo podríamos deshacer ese condicionamiento biológico de la alimentación carnívora, sin sufrir los efectos vio­lentos de una sustitución radical?

Ramatís: Ya os hemos dicho que los peces, los mariscos y los crustáceos, son "cuerpos colectivos", correspondientes a un sólo "espíritu grupo" que dirige su instinto y generan una reac­ción única e igual en toda su especie. Un pez, fuera del agua o dentro de ella, manifiesta la misma reacción, igual y exclusiva, de todos los peces del mismo tipo. Entre millones de peces iguales, no conseguiréis distinguir una reacción diferente en el conjunto. Sin embargo, gran número de otras especies animales, revelan principios de conciencia; pueden ser domesticados y reali­zar tareas distintas entre sí. El buey, el puerco, el perro, el gato, el mono, el carnero, el caballo, el elefante y el camello, revelan cierto entendimiento consciente aparte, en relación con las distin­tas funciones que son llamados a realizar. Ellos requieren, cada vez más, vuestra atención y vuestro auxilio, con el fin que pue­dan afirmarse en un sentimiento evolutivo hacia otros planetas en los que sus razas podrán alcanzar mejor desenvolvimiento en el comando de organismos más adecuados a sus características. Cuando su psiquismo se habilite para el comando de cerebros humanos, sus constituciones psico-astrales podrán retornar a vues­tro globo y operar en la línea evolutiva del hombre terrestre.

He aquí por qué Jesús nunca sugirió a sus discípulos que practicasen la caza o la matanza doméstica, aconsejándoles, en cambio, que lanzasen las redes al mar.

Los peces y los mariscos, se hallan aun muy distanciados de la especie animal que está dotada de rudimentos de concien­cia. Aunque no seáis absolutamente vegetarianos y os alimentéis de peces, crustáceos o mariscos, estaréis revelando gran progreso en el dominio del deseo enfermizo de la zoofagia. No os acon­sejamos que desistáis violentamente de la carne, si es que toda­vía no estáis dotados de una poderosa voluntad que os permita el cambio radical del régimen. Podéis eliminar, prime­ramente, el uso de la carne de animales, a continuación, de las aves, y después mantened vuestra alimentación con peces y sus congéneres, hasta que, naturalmente, vuestro organismo se adapte a la alimentación exclusiva de vegetales y de frutas.

Es necesario que, mientras tanto, gobernéis vuestra mente para que ella se vaya modificando poco a poco y abandone el deseo de una alimentación que se halla vilmente estigmatizada con la muerte del animal. Si procedéis así, al poco tiempo, el deseo mórbido de ingerir vísceras cadavéricas podrá ser sustitui­do por el saludable deseo de la alimentación vegetariana, y cambiaréis las vituallas sangrientas por los frutos suculentos y sanos.

El primer esfuerzo para libraros de la nutrición carnívora, debe consistir en comprender la realidad intrínseca de lo que es la carne disfrazada bajo la forma de sabrosos manjares.

Pregunta: Dadnos un ejemplo objetivo de cómo podremos gobernar la mente y controlar el instinto, con el fin de extinguir el deseo de saborear la carne de los animales.

Ramatís: Primeramente, es necesario que no os dejéis fascinar por el aspecto festivo de las mesas repletas de platos de carne a los que el arte mórbido adereza en forma tal, que no pasa de constituir una sugestión pérfida para acicatear los deseos in­feriores. Ante el jamón "apetitoso", conviene que meditéis sobre la realidad fúnebre que se halla a vuestro frente: hay que recor­dar la figura del puerco sumergido en el charco, en forma de maloliente y detestable muladar de albúmina, sudoroso, volumi­noso e inmundo, que después es cocinado en agua hirviente, para daros el jamón "rosado y oloroso". Ante el churrasco "delicioso", no os dejéis seducir por el olor de carne crepitante bajo el ape­titoso condimento, considerad, más bien, su verdadera condición de músculo sangriento, que durante la vida del animal eliminó el sudor acidulado por los poros, vertió toxinas y urea, imaginadlo como la red microscópica que canaliza bacilos de todos los ma­tices y de todas las consecuencias patogénicas.

En realidad, vuestro estómago no fue creado para conver­tirse en una macabra función de cementerio vivo, dentro del cual se liberta la fauna de gérmenes feroces y famélicos y se desme­nuzan las fibras animales. Si no os dejarais dominar por el im­pulso inferior, que pervierte la imaginación y os engaña con la falsedad de la nutrición apetitosa, tenemos la seguridad que, muy en breve, os sentirías liberados de la necesidad de la inges­tión de los despojos animales, del mismo modo que hay personas que se liberan del vicio de fumar, sin volver a sentir sufrimiento ni angustia alguna ante los fumadores inveterados. Y si el deseo impuro comandara aun vuestro psiquismo negligente y se debili­tara vuestra voluntad superior, es necesario que, por lo menos, recordéis la conmoción dolorosa del animal cuando es sacrificado por el cuchillo del matarife o cuando sufre el impacto de la faca perversa en sus inocentes entrañas.

Pregunta: Algunos cofrades, nos Preguntan sobre el aumento de responsabilidad para aquellos espiritas que son carnívoros. ¿Qué podéis decirnos al respecto?

Ramatís: No podemos asignarles "aumento de responsabilidad", en este caso, puesto que la mayoría obedece al propio condicionamiento biológico del pretérito, que se consolidó en la formación animal y humana.   Evidentemente, son pocos los espiritistas que encaran el problema de la alimentación como un delicado asunto que debe ser digno de atención. No obstante, la costumbre carnívora no se aviene, en manera alguna, con los principios elevados del Espiritismo que, además de fundamentarse en los preceptos amorosos de Jesús, se afirma en los postulados iniciáticos del pasado, en que la alimentación vegeta­riana era norma indiscutible para el discípulo bien intencionado.

Los espiritistas que estén seriamente integrados en el sentido revelador y libertador de la doctrina codificada por Allan Kardec, han de ejercer, indudablemente, continuos esfuerzos para extin­guir la pésima costumbre de ingerir carne de sus hermanos me­nores. Su entendimiento superior y progresivo, ha de distanciar­los cada vez más de los fragmentos cadavéricos.

Es obvio que la cuestión de comer o no carne, es un asunto del fuero íntimo de cada criatura, por tanto, aquellos que no se dispongan a cambiar su enfermiza alimentación, en modo alguno concordarán con nuestros enunciados. Muchos serán los que sabrán tejer comentarios astutos y sugestivos, para llegar a las conclusiones que justifiquen su bárbara nutrición, considerando su esclavitud mental para con el deseo impuro, como una impo­sición natural de la vida humana. Pero aquellos que procuran un nivel más alto de espiritualidad, sabrán comprender que la carne es perjudicial al organismo físico, porque absorbe las toxi­nas de la urea, con lo cual se violenta la tesitura del vehículo astral, en el que se graban las emociones del alma. Si el espi­ritista pretende alcanzar mejor coeficiente físico, moral, social, artístico, intelectual o espiritual, es obvio que la abstención de la carne es un imperativo indiscutible para tener éxito completo en alcanzar ese ideal superior.

Las figuras santificadas de los líderes espirituales de vuestro mundo, tales como Buda, Gandhi, Maharshi, Francisco de Asís y otros, entre los cuales se destaca la figura sublime de Jesús, os dejaron ejemplo de una vida alejada de los banquetes carní­voros, de los asados y de las churrasquerías tétricas. Es bien sabido que los pueblos más belicosos e instintivos, son precisa­mente los mayores devoradores de carne, tal como las figuras brutales, obesas y antipáticas de los antiguos cesares romanos, hieren vuestra retina espiritual por el mismo motivo apuntado.

Aunque no se agrave la responsabilidad de los espiritistas que todavía se alimentan con despojos animales, no por eso se reduce su culpa como tradicionales cooperadores en la existencia de mataderos y carnicerías, además del flagrante desmentido que ofrecen a la observancia de los preceptos de amor y bondad para con el infeliz animal sacrificado.

Pregunta: Entonces, de acuerdo con vuestro raciocinio, es incoherente que el espiritista devore el despojos de los animales. ¿No es así?

Ramatís: Creemos que sólo deben ser consideradas razona­bles las disculpas de los carnívoros, cuando no fueran espiritua­listas, viviendo por tanto a la sombra de las iglesias conservado­ras, la mayor parte de las cuales es absolutamente tolerante para con la alimentación carnívora. Pero cuando esa práctica maca­bra es tolerada por los adeptos del Espiritismo, que es un des­pertador de conciencias y un divino fermento que renueva todas las costumbres, se hace evidente la contradicción entre lo que el espiritista profesa y aquello que practica.

Pregunta: ¿Cuáles son vuestras consideraciones sobre los mentores de la doctrina espiritista que todavía se alimentan con la carne? Desde el momento que son divulgadores de la doctri­na, ¿no deberían también, ser vegetarianos?

Ramatís: Aquellos que profundizan sinceramente en el cono­cimiento de los conceptos del amoroso Jesús y desean trasmitir a los otros sus inefables consejos, entre los que figura el de "Ser mansos de corazón", evidentemente estarán contradiciéndose cuando ingieren el producto del dolor y sufrimiento del animal inocente, ¡y mucho más, aun, si toman parte ostensiblemente en los asados alrededor de una zanja en donde el buey fue asado, como si estuviese emergiendo de su propio túmulo violado!

Pregunta: Creemos que el espiritista todavía no puede ser censurado como consecuencia de su alimentación carnívora, toda vez que es una costumbre que, además de ser bastante natural, es propia de nuestro actual estado evolutivo espiritual. Nos es difícil comprender que el hecho de promover una inofensiva y tradicional churrasqueada o tomar parte en una comida carní­vora, pueda situarnos como culpables ante el Creador. ¿No tenemos, por lo menos, cierta razón?

Ramatís: Ya es hora de que raciocinéis con más sensatez sobre el verdadero sentido de la espiritualidad, haciendo distin­ción también con más claridad entre los vicios del reino de Ma­món y los valores que promueven a la ciudadanía del mundo de Dios.

Pese a las argumentaciones que presentáis en cuanto a la nutrición carnívora, alegando el condicionamiento natural del pretérito, ya  es  tiempo  que comprendáis  que  sonó  la  hora del definitivo despertar espiritual. En concomitancia con la pró­xima verticalización del eje imaginario de vuestro orbe, es nece­sario que os verticalicéis en espíritu, libertándoos también de la alimentación cruel e ignominiosa de las vísceras dé los animales. ¡No son pocas las veces en que vuestras contradicciones llegan a asumir el carácter de incumplimiento a los bienes generosos que provienen de la magnitud del Padre!

Pregunta: No percibimos lo que queréis decir. Dadnos algún ejemplo de algunas de esas contradicciones a que os referís en tono tan enérgico.

Ramatís: ¡Hemos tenido oportunidad de presenciar home­najes presentados por los espiritistas a sus cofrades, ofreciéndoles trozos cadavéricos asados mientras que sobre su cabeza pendían racimos de uvas de los lindos parronales que les ofrecían, además de sus frutos, sombra amiga para el mórbido festín! ¡Mientras la carne se quemaba en el brasero ardiente, su humareda fétida y viscosa envolvía los manzanos, las vides y los dorados naran­jales, llenos de frutos nutridos, como ofertas divinas desdeñadas por el hombre ingrato!

Los predicadores espiritistas, integrados en el mesianismo de salvar las almas esclavizadas a la materia, deben cooperar en el saneamiento de la vida en todas sus expresiones físicas o morales. Consecuentemente, nunca deberán incentivar proce­sos mórbidos que contrarían el ritmo armonioso de esa existencia sana. Así como en las festividades espiritas los alcoholes son repudiados por saber que son perniciosas y deprimentes, las chu­rrasqueadas y los banquetes carnívoros deben ser repelidos por­que os apartan de las vibraciones delicadas de las almas supe­riores. ¡Nos extraña que para obtener éxito en la festividad espiritista, el cadáver del hermano menor tenga que ser tostado en el brasero de la detestable churrasquería del mundo profano!

¡Del lado de acá, deambulan espiritistas desencarnados, tan condicionados todavía a los banquetes pantagruélicos y carnívo­ros, que ruegan la bendición de un cuerpo físico para una pronta reencarnación, en cambio de los bienes del ambiente celestial! ¡Hay otros que todavía no se compenetran del papel ridículo que representan recitando compungidos, versículos evangélicos, en festividades fraternas del Espiritismo, mientras el cofrade servicial asa el cadáver del hermano inferior, preparándolo para el cementerio del vientre!

Pregunta: Muchos espiritistas afirman que la alimentación no tiene nada que ver con el Espiritismo, considerando vuestras afirmaciones a ese respecto, como improductivas y hasta censura­bles.  ¿Qué opináis?

Ramatís: Es bien sabido que todas las filosofías del Oriente que pregonan la liberación del espíritu del yugo de la materia, han preceptuado siempre que la primera conquista de virtud del discípulo, consiste en el abandono definitivo de la nutrición carnívora. Como Allan Kardec, al codificar la doctrina espiritista se inspiró en los postulados de la filosofía espiritualista oriental, no deben los espiritistas considerar improductivo y hasta censu­rable que se les recomiende que no se alimenten con la carne de los animales. Eso equivale a defender y alabar la alimentación carnívora, en lo que Kardec nunca pensó. Todo el esfuerzo mo­derno para la espiritualización del mundo, no puede dejar de situar sus raíces iniciáticas en la experiencia milenaria del Orien­te, cuya tradición religiosa, de templos dignos de respeto, tiene por fundamento esencial la doctrina vegetariana. Nada extra­ñaríamos si esa censura proviniese de miembros de religiones sectaristas que no comprenden todavía lo que sea la evolución del espíritu y no creen que el animal pueda tener alma, ni que los perjuicios que causáis al cuerpo carnal se reflejan en el cuerpo espiritual; pero es siempre contradictorio que el espiri­tista abogue por la práctica de la ingestión del cadáver de su hermano inferior, cuando ya es portador de una conciencia más amplia y desarrollada, bajo la alta pedagogía de los maduros valores iniciáticos del pasado.

¡Es probable que nuestras reflexiones sobre el vegetaria­nismo sean consideradas improductivas y ostensivas, por parte de cierto porcentaje de espiritistas; no obstante, sus censuras contra aquel sistema y sus alabanzas a la nutrición carnívora, implican la consideración que Dios fracasó lamentablemente en cuanto a la creación de recursos para nutrir a sus hijos, y tuvo, por ello, que echar mano del execrable recurso de criar cabritos, conejos, puercos, bueyes y carneros, destinados exclusivamente al sacrificio cruel de las mesas humanas!

Si los animales pudieran hablar, ¿qué dirían con respecto a esa gentil disposición de muchos espiritistas de devorarlos bajo festivos menús y requintados mojos que dejan boquiabiertos a muchos zulúes antropófagos?

Es extraño, por tanto, que todavía se hagan censuras a las peticiones siguientes, en las que hemos fundamentado nuestra principal labor:

1)    que no cooperéis para el aumento de mataderos, frigo­ríficos y carnicerías;

2)    que no promováis los efusivos asados sangrientos, en la confraternización espirita;

3)    que evitéis que penetre en vuestra aura el viscoso y nauseabundo adherente del astral inferior que se liberta del animal sacrificado;

4)    que os separéis, lo más pronto posible,  de los viejos antepasados "caiapós" o "tamoios" que, debido a la igno­rancia de los postulados espiritas, se devoraban unos a otros en repugnantes ágapes;

5)    que si no encuentra eco en vuestros espíritus todo cuanto venimos solicitando, por lo menos tengáis  piedad del animal inocente, que es vuestro hermano  menor ante Dios.

 

 

¡De este modo, podréis integraros en los conceptos amorosos de Jesús y corresponder a la dádiva generosa del Creador, que cubre el suelo terrestre de hortalizas, legumbres y árboles car­gados de frutos, en la divina y amorosa oferta viva para la nutrición sana!

Pregunta: Hay quien contesta a vuestras opiniones, alegando que Allan Kardec no censuró, en sus obras, la alimentación carnívora, ni la consideró indigna o impropia de los espiritistas. ¿Qué podéis decir a esto?

Ramatís: Allan Kardec se vio compelido a adaptar sus sen­satos postulados al espíritu psicológico de la época, evitando entrar en conflicto, no sólo con la mentalidad profana —todavía bastante estrecha debido a la esclavitud del dogma religioso-sino también con las instituciones responsables de la economía, en donde la industria de la carne representaba una de sus bases fundamentales. Toda vez que el vegetarianismo era una doctrina practicada por un pequeño número de iniciados que se aproxi­maban a las fuentes espiritualistas del Oriente, sería prematuro e inconsecuente que el noble codificador afirmase ese postulado en el Espiritismo recién expuesto al público, lo que podría ha­cerse ridículo para los neófitos de la doctrina. En aquella época, la simple recomendación de abstinencia completa de la carne, como principio de una doctrina codificada para la masa común, acarrearía el fracaso incontestable de esa doctrina. El Espiritis­mo, en su inicio, fue encarado más como revelación de preceptos esotéricos que como doctrina de orden moral y disciplina evan­gélica, cuyas virtudes eran consideradas todavía como exclusi­vidad de la religión dogmática dominante. No obstante, en su base se oculta el mensaje clarísimo para aquellos "que tuvieran ojos para ver", en la que Allan Kardec os legó sugestiva y sibi­lina advertencia que dirige particularmente a sus adeptos, con relación al vegetarianismo.

Examinando la magnífica obra de Kardec, que constituye la Tercera Revelación en el ámbito de vuestro planeta en pro­greso espiritual, os daremos algunos apuntes que distinguen, per­fectamente, el pensamiento del autor sobre la alimentación vegetariana.

El codificador, en nota personal, aclarando a la respuesta de la Pregunta Nº 182, del Capítulo IV del Libro de los Espíri­tus, "Encarnación en los Diferentes Mundos", dice:

"A medida que el espíritu se purifica, el cuerpo que lo reviste se aproxima igualmente a la naturaleza espirita. Se le hace menos densa la materia; deja de arrastrarse penosamente por la superficie del suelo; se le hacen menos groseras las necesidades físicas, no siendo ya preciso que los seres vivos se destruyan mutuamente para nutrirse."

Está obviamente implícito en esta nota, que si la destrucción entre los seres vivos, para nutrirse, es siempre un estado de inferioridad y de "necesidad grosera", el hecho que la criatura no se nutra de seres vivos, representa un estado de superioridad espiritual. Tal práctica es más culpable e inferior entre los espiritistas, por el hecho que éstos son portadores de una con­ciencia más nítida de la verdad superior de la vida del espíritu; al mismo tiempo que la adhesión al Espiritismo, implica también un aumento de la responsabilidad moral.

En el capítulo VI, se hace la Pregunta Nº 693:

"¿Será contrario a la ley de la naturaleza el perfeccio­namiento de las razas animales y vegetales, por la ciencia?"

La entidad consultada, que afirma el principio espirita, res­ponde:

"Todo se debe hacer para llegar a la perfección; y el propio hombre es un instrumento del que se sirve Dios para alcanzar sus fines. Siendo la perfección la meta a que tiende la naturaleza, favorecer esa perfección es corres­ponder a las vistas de Dios."

Evidentemente, si el hombre, como intermediario de Dios debe hacer todo lo que sea necesario para que el animal llegue a la perfección, con el fin de corresponder a lo que Dios pre­ceptúa, un acto contrario a tal precepto, no atiende, indiscuti­blemente, a los designios del Creador y no favorece el perfeccio­namiento del animal. En consecuencia, los espiritistas que realmente han comprendido esa disposición doctrinaria, de ele­vado concepto espiritual, en modo alguno deberán continuar transformando sus estómagos en un cementerio de la carne de su hermano inferior, pues esa práctica en modo alguno lo per­fecciona, y sí lo destruye cruelmente.

En la respuesta del N"º 693, la entidad continúa, textual­mente:

"Todo lo que embaraza a la naturaleza en su marcha, es contrario a la ley general."

Pregunta: Hemos recibido explicaciones aclarando que sola­mente deben sobrevivir los seres inteligentes, como además se podría deducir de las obras de Allan Kardec. ¿Es acertada esta interpretación?

Ramatís: Recomendamos la lectura del capítulo V, "De la Ley de Conservación", del Libro de los Espíritus (Pregunta y Respuesta 703):

Pregunta: "¿Con qué fin otorgó Dios a todos los seres vivos el instinto de conservación?"

Respuesta: "Porque todos tienen que concurrir al cum­plimiento de los designios de la Providencia.  Por eso fue que Dios les dio la necesidad de vivir. Además, la vida es necesaria para el perfeccionamiento de los seres. Ellos lo sienten instintivamente, sin percibirse de ello."

Creemos innecesario entrar en amplios detalles sobre este tópico tan claro, en donde el espíritu interpelado apunta la gran responsabilidad de mantener la vida de todos los seres, porque "todos tienen que concurrir al cumplimiento de los designios de la Providencia''. ¡La necesidad de vivir, que debe ser "respetada y protegida", es una de las conclusiones lógicas y decisivas del espíritu que se comunicaba con Allan Kardec, y que implica, por tanto, una nueva censura doctrinaria al exterminio del ani­mal para ser devorado en las mesas abundantes de los espiritistas!

Y la noble entidad prosigue, delineando en contornos más claros e incisivos la ignominia de la alimentación carnívora en lugar de la vegetariana y de la frugívora. En respuesta a la Pregunta Nº 703: "Teniendo el hombre necesidad de vivir, ¿le facultó Dios en todos los tiempos los medios de conseguirlo?", la entidad dice:

"Ciertamente; y si él no los encuentra, es por que no los comprende. No es posible que Dios dispusiera para el hombre la necesidad de vivir, sin darle los medios para conseguirlo. Es esa la razón por la cual hace que la tierra produzca en forma que proporcione lo necesario a los que la habitan, toda vez que sólo lo necesario es útil. Lo superfluo nunca lo es."

Es obvio que si el hombre continúa alimentándose de los despojos de animales y no se sirve de los medios, o sea de los frutos y vegetales que Dios hace que la tierra germine y produzca —y que no hay razón que no lo comprenda— cabe al hombre la culpa de ser carnívoro, ya que el suelo posee todo lo que es necesario para una alimentación natural y sana.

En el final de la respuesta y de la Pregunta N? 705, el es­píritu comunicante es bien claro cuando afirma su conclusión anterior:

"En verdad os digo: la naturaleza no es imprevisora; es el hombre el que no sabe regular su modo de vivir."

El carnívoro es, casi siempre, un insaciable: ¡devora sesos, riñones, hígados, estómago, pulmones, pies, patas, músculos, y hasta la propia lengua del animal! Su apetito es incontrolable y su paladar deformado; consigue disfrutar de un placer epicurístico con los platos más detestables compuestos con vísceras cocidas o asadas, disfrazadas en sus olores fétidos por medio de condimentos excitantes.

Los banquetes carnívoros y los asados campestres, constitu­yen un espectáculo comprometedor a la luz del Espiritismo. Los espíritus que asistieron a Kardec, lo declaran indirectamente en las respuestas a las Preguntas 713 y 714 del tema "Gozo de los Bienes Terrestres", en los términos siguientes:

"La naturaleza trazó límites a los gozos, para indicaros lo necesario; pero, por vuestros excesos, llegáis a la saciedad y os penitenciáis a vosotros mismos."

A la indagación hecha sobre lo que se debe pensar del hom­bre que procura con los excesos de todo género y la exageración de los placeres; el espíritu dio la respuesta siguiente, sobre el Nº 714:

"¡Pobre criatura! Es más digna de lástima que de en­vidia, pues bien cerca está de la muerte."

"¿Cerca de la muerte física o de la moral?" —Preguntó Kardec al espíritu comunicante—.   Este respondió: "De ambas."

Allan Kardec, no satisfecho todavía con la respuesta decisi­va e insofismable de su mentor, añade la nota siguiente a las anteriores Preguntas:

"El hombre que procura en los excesos de todo género la exageración del placer, se coloca por debajo del bruto, ya que éste sabe detenerse cuando está satisfecha su nece­sidad. Abdica de la razón que Dios le dio por guía y, cuanto mayor sean sus excesos, tanta más preponderancia confiere el hombre a su naturaleza animal sobre su natu­raleza espiritual. Los dolores, las enfermedades y aun la muerte, que resultan del abuso, son, al mismo tiempo, el castigo a la trasgresión de la ley de Dios."

El genial codificador del Espiritismo, estatuye, en las con­sideraciones que anteceden, la norma exacta que debe seguir el adepto espiritista en materia de alimentación. Indudablemente, el espiritista es aquel que procura mejorar su conducta a través de un continuo esfuerzo de perfeccionamiento. Debe actuar in­cesantemente para que "su naturaleza espiritual predomine sobre su naturaleza animal"; lo que no le será posible conseguir con los excesos pantagruélicos, que lo "colocan por debajo del bruto".

La naturaleza espiritual, en modo alguno se purifica o se revela ante las parrillas en donde se asan los trozos de carne repugnantes o ante las soperas humeantes en las que sobrenadan los fragmentos de carne sacrificada del hermano menor. Debe ser, incontestablemente, purificada a distancia de los despojos animales y "con los medios que Dios proporcionó al hombre, producidos por la tierra", como se dice en la respuesta 704.

Pregunta: Pero Allan Kardec registra en el Libro de los Espíritus, a continuación de la Pregunta 723, la siguiente res­puesta del espíritu comunicante: "Dada vuestra constitución fí­sica, la carne alimenta a la carne; de lo contrario, el hombre perece." Y el espíritu completa esta respuesta, conceptuando que "el hombre tiene que alimentarse conforme lo reclame su orga­nización".   ¿Qué decís, ahora, a ese respecto?

Ramatís: El concepto al pie de la letra, que la "carne ali­menta a la carne" está desmentido por el hecho que el buey, el camello, el caballo, y el elefante, como especies vigorosas y du­rables, son adversos a la carne y no se resienten por la falta de las famosas proteínas provenientes de las vísceras animales. En cuanto a que el hombre perece cuando no se alimenta con carne, Dios muestra la fragilidad de la afirmación, obligando a veces, a un ulceroso que se halla al borde de la tumba, a vivir todavía durante unos lustros sin ingerir carne. Si el enfermo sobrevive evitando la carne, ¿por qué ha de perecer el que está sano y no la come? En cuanto a la afirmación de que "el hombre debe alimentarse conforme lo reclama su organización", no hay duda alguna, ¡pues mientras la organización bestial de un Nerón pedía hartura de carne humeante, Jesús se contentaba con un panecillo de harina y miel y un poco de jugo de cerezas! Así como no habría provecho alguno espiritual para Nerón, si él dejase de comer carne, en modo alguno Gandhi necesitaría más de un poco de leche de cabra, para su alimentación.

En la Pregunta 724 del Libro de los Espíritus, Kardec con­sultó al mismo espíritu sobre si le será meritorio al hombre abstenerse de la alimentación animal o de otra cualquiera, por expiación, a lo que el mentor espiritual respondió: "Sí, si prac­ticara esa privación en beneficio de los otros", evidenciando por tanto a los espiritistas, que hay mérito en dejar de comer carne, puesto que ello resulta en beneficio del animal, que es un her­mano menor. Este, puede así continuar su evolución establecida por Dios, libre de la crueldad de los mataderos, carnicerías y matanzas domésticas. La alimentación vegetariana, queda, pues, definitivamente recomendada por la doctrina espirita, porque de la privación de la carne por parte del hombre, éste se ennoblece y el animal se beneficia.

En el capítulo VI del Libro de los Espíritus (De la Ley de la Destrucción), se elimina cualquier duda a este respecto, cuando Allan Kardec indaga sobre si entre los hombres existirá siempre la necesidad de la destrucción, y el espíritu responde que esa necesidad se irá debilitando a medida que el espíritu sobrepuja a la materia y que el horror a la destrucción aumenta con el desarrollo intelectual y moral. Ahora bien, si el horror a la destrucción aumenta tanto como el desarrollo intelectual y moral del hombre, se sobreentiende, lógicamente, que aquellos que todavía no manifiesten horror a la destrucción, es porque no se han desarrollado moral e intelectualmente. Son retardatarios en el progreso espiritual, pues como "destrucción" puede ser considerada la que es producida por el deseo de comer carne, lo que demuestra acentuada predominancia de la naturaleza animal sobre la espiritual. Al final de la respuesta a la Pregunta 734, el espíritu, aunque afirme que el derecho de destrucción se haya regulado por la necesidad que tiene el hombre de pro­veer su sustento y su seguridad, ¡hace la salvedad de que el abuso jamás constituye un derecho!

Este concepto final tiene relación más directa con los espi­ritistas y los espiritualistas en general, pues constituye realmente un abuso, ante el sentido más puro de la vida, por la prodiga­lidad de frutas, legumbres y hortalizas, que los hombres, conscien­tes de tal concepto, todavía persistan en devorar los despojos de sus servidores inocentes. Los espiritistas que hayan estudiado las obras sensatas y progresistas de Allan Kardec, ¡habrán de sentirse muy humillados ante la justicia sideral, cuando después de haber recibido enseñanzas que piden frugalidad, equilibrio, piedad y pureza, contradicen el esfuerzo de liberarse de la ma­teria, prosiguiendo en el banquete mórbido de vísceras asadas o cocidas epicurísticamente para el necrocomio del estómago!

El inteligente codificador de la doctrina espiritista —como si hubiera presentido con un siglo de anticipación la ignominia de la destrucción de los animales y las aves— incluyó en su obra citada la respuesta Nº 735, que es un libelo contra la caza:

"La caza es predominancia de la bestialidad sobre la naturaleza espiritual. Toda destrucción que excede los lí­mites de la necesidad, es una violación de la ley de Dios. Los animales sólo destruyen para satisfacer sus necesidades, mientras que el hombre, dotado de libre albedrío, destruye sin necesidad. Tendrá que rendir cuentas del abuso de la libertad que le fue concedida, pues eso significa que cede a los malos instintos."

¡Matar el animal o el ave indefensa, que necesita del cariño y de la protección humana, constituye, realmente, grave daño de orden espiritual! Habiendo Allan Kardec Preguntado a su mentor si se puede unir el sentimiento de crueldad al instinto de destrucción, le contestó lo siguiente: "La crueldad es el ins­tinto de destrucción, que es peor, por cuanto, si algunas veces la destrucción constituye una necesidad, con la crueldad jamás sucede lo mismo."

Ratificamos, pues, nuestras consideraciones anteriores, que la alimentación carnívora —que es responsable de la matanza en los mataderos— es producto de una naturaleza humana "falta de piedad y maldad", como afirmó el mentor de Kardec al referirse a la destrucción acompañada de crueldad (752).

Pregunta: Si es así, debe ser contraproducente que los mé­diums se sienten a la mesa espiritista con el estómago saturado de carne, ¿no es verdad?

Ramatís: Eso depende de la naturaleza de las comunica­ciones, del ambiente y del tipo moral del médium. Si él es una criatura distanciada del Evangelio, no pasará de ser fácil repasto para los espíritus glotones y carnívoros que han de banquetearse en su aura impregnada de fluidos del astral del puerco o del buey. Si se trata de una criatura evangelizada y afecta a las comunicaciones de beneficio humano, será protegida por sus espíritus afectos, a pesar de ser portadora de repulsiva carga de gases astrales, de eructos, que incomodarán a las entidades presentes más evolucionadas.

Pero el carnívoro y glotón, poco produce en el trabajo de intercambio con las altas esferas; su periespíritu se encuentra saturado de miasmas y de bacilos psíquicos exudados por la fermentación de las vituallas por los ácidos estomacales, creán­dose un clima opresivo y angustioso para los buenos comunican­tes. Con las auras densas y gomosas de las emanaciones de los médiums carnívoros que, hartos de trozos cadavéricos se presen­tan en las sesiones espiritistas, los guías se sienten impedidos en sus facultades espirituales, a semejanza del hombre que intenta orientarse a través de una pesada neblina o de una intensa nube de humo asfixiante.

Lo que perjudica el trabajo del médium, no es solamente la dilatación del estómago, consecuente del exceso de la alimenta­ción o los intestinos alterados profundamente en su tarea diges­tiva, o el páncreas y el hígado en hiperfunción para atender la carga exagerada de la nutrición carnívora, y sí la propia carne que, impregnada de parásitos y larvas del animal inferior, con­tamina el periespíritu del médium y lo envuelve con los Huidos repugnantes del psiquismo inferior.

Los centros nerviosos y el sistema endocrínico de la criatura, se agotan dolorosamente en el trabajo exhaustivo de apresurar la digestión del carnívoro sobrecargado de pesada alimentación, comúnmente ingerida pocos minutos antes de su tarea medianímica. Como los guías no se pueden transformar en magos mila­grosos, que puedan eliminar instantáneamente los fluidos nauseabundos de las auras de los médiums glotones y carnívo­ros, éstos permanecen en las sesiones espiritistas en improductivo trabajo anímico, o se estacionan en forma de "pasistas" precarios, siendo lo mejor "no trabajar", para no perjudicar a los pacientes que a veces se encuentran en mejores condiciones psicoastrales.

Pregunta: En vista de ciertas argumentaciones de cofrades contrarios al vegetarianismo, quienes afirman que la buena literatura mediúmnica no corrobora vuestras afirmaciones, os quedaríamos muy agradecidos si nos citaseis algunas obras de valor espiritual o de naturaleza medianímica, que nos compro­basen vuestras aserciones.

¿Os sería posible dispensarnos esta atención?

Ramatís: Encontramos inconveniente —porque tomaría mu­cho espacio en esta obra— reproducir todo lo que dice la literatura espiritista. Reproduciremos lo que nos parece más provechoso y de mejor claridad para vuestras actuales compren­siones. La "Sabiduría Antigua", de Annie Besant, en la página 69, capítulo II, "El Plano Astral", dice:

"La masacre organizada y sistemática de los animales, en los mataderos, las matanzas que la pasión por los de­portes provoca, lanzan cada año, en el mundo astral, millones de seres llenos de horror, de espanto, de aversión por el hombre."

"Terapéutica Magnética", de Alfonso Bué, página 41, Nº 26, dice: "Para desarrollar las facultades magnéticas, el régimen vegetariano, aplicado sin exageración y sin preven­ción exclusiva es, incontestablemente, lo mejor; es necesario comer poca carne, suprimir por completo el uso del alcohol y beber mucha agua pura."

¡En vista de lo que queda expuesto arriba, os será fácil valorar cuan difícil se hace, para el médium que da pases, cum­plir sus deberes con el estómago abarrotado de carne!

Afirma un médico de vuestro orbe, que goza de excelente concepto científico, el profesor Radoux, de Lausanne, lo siguiente:

"Es un preconcepto creer que la carne nutre la carne. El régimen de carne y de sangre es, por lo contrario, nocivo a la belleza de las formas, a la lozanía de la tez, a la fres­cura de la piel y a lo sedoso y brillante de los cabellos. Los comedores de carne son más accesibles que los vegetaria­nos, a las influencias epidémicas y contagiosas. Las miasmas mórbidas y los virus, encuentran un terreno maravillosamente preparado para su desarrollo, en los cuerpos saturados de humores y de sustancias mal elaboradas, nocivas o medio fermentadas y en descomposición."

De la literatura medianímica espiritista, podemos citar al­gunos trozos de obras que reconocemos de incontestable valor, que sirven para orientar la actitud de los espiritistas con los ob­jetivos superiores. En "Misioneros de la Luz", obra recibida por francisco Cándido Xavier, el autor espiritual focaliza situaciones que comprueban la importancia del vegetarianismo entre los adeptos del Espiritismo. En el capítulo IV, página 41, evocando su existencia física, el autor dice:

"Con el pretexto de buscar recursos proteicos, exter­minábamos pollos y carneros, lechones y cabritos inconta­bles. Comíamos los tejidos musculares y roíamos los huesos. No contentos con matar los pobres seres que nos pedían rutas de progreso y valores educativos para atender mejor la obra del Padre, dilatábamos la acción de la exploración milenaria, e infligíamos a muchos de ellos determinadas mo­lestias para que sirviesen nuestros paladares con más efi­ciencia. El puerco común, era puesto por nosotros en régi­men de ceba y el pobre animal, muchas veces a costa de residuos, debía crear para nuestro uso ciertas reservas de grasa, hasta que se postrase por completo, doblegado por el peso de mantecas enfermizas y abundantes. Colo­cábamos gansos de modo que engordaran al máximun, para que se les hipertrofiasen los hígados, con el fin de obtener pastas sustanciosas y famosas, sin preocupación alguna para con las faltas cometidas con el propósito de lograr supuestas ventajas en el enriquecimiento de valores culinarios. En nada nos dolía el cuadro de las vacas-madres, en dirección al matadero, para lograr que nuestras cazuelas oliesen agra­dablemente."

Más adelante, en la página 42 de la misma obra, el autor cita parte de un diálogo con una autoridad técnica de este lado:

"Los seres inferiores y necesitados del planeta, no nos encaran como superiores generosos e inteligentes, sino como verdugos crueles. Confían en la tempestad furiosa que per­turba las fuerzas de la naturaleza, pero huyen desesperados cuando se aproxima el hombre de cualquier condición, con excepción de los animales domésticos que, por confiar en nuestras palabras y actitudes, aceptan el cuchillo en el matadero, casi siempre con lágrimas de aflicción, incapaces de discernir con su raciocinio embrionario, dónde comienza nuestra perversidad y dónde termina nuestra comprensión."

El efecto deplorable de la matanza animal, en vuestro mun­do, repercute en este lado de modo entristecedor. Es un pro­blema que requiere esfuerzos heroicos por parte de los desencar­nados bien intencionados, pues la sangre derramada al azar, es un alimento vigoroso para nutrir a los perversos e infelices espíritus sin cuerpo físico, prolongándoles los intentos más abyectos.

De la misma obra "Misioneros de la Luz", y en atención a vuestros ruegos, indicamos la página 135, en la que encontra­réis la corroboración de lo que sencillamente os dejamos relatado. Ante el cuadro aterrador del matadero, en el que se procesaba la matanza de bovinos, el autor describe la turba de espíritus famélicos que en lastimables condiciones, se tiraban desesperados a los borbotones de sangre viva, intentando obtener el tonus vital que les proporcionase un contacto más nítido con el mundo físico.  El autor, reproduciendo la palabra de su mentor, dice:

"Estos infelices hermanos que no nos pueden ver por la deplorable situación de embrutecimiento e inferioridad, están succionando las fuerzas del plasma sanguíneo de los animales.  Son hambrientos que causan piedad."

La escena identifica una de las más funestas realidades que se producen debido a la matanza del animal, pues las almas esclavas todavía de las sensaciones inferiores, que deambulan por el Espacio sin objetivos superiores, encuentran en los lugares donde se derrama en profusión la sangre del animal, los medios que necesitan para consolidar las persecuciones e incentivar el desorden humano. El autor en cuestión, transcribe a continua­ción un nuevo diálogo con su interlocutor desencarnado:

"¿Por qué tal sensación de pavor, amigo mío? Sálgase de sí mismo, quiebre la coraza de la interpretación personal, y acérquese al dilatado campo de la justificación. ¿No hemos visitado ya nosotros en la esfera Terrestre, las car­nicerías más diversas?  Recuerdo que en mi antiguo hogar terrestre, había gran alegría familiar cuando se realizaba la matanza de los puercos. Los trozos de carne y la manteca, representaba abundancia en la cocina y confortamiento para el estómago. Pues con el mismo derecho se acercan los desencarnados (tan inferiores hoy como ya lo fuimos noso­tros antes), de los animales muertos cuya sangre humeante les ofrece vigorosos elementos vitales."

Quedó demostrado en esa obra medianímica de crédito, que el vicio de la alimentación carnívora es señal de inferioridad espiritual. La ingestión de vísceras cadavéricas y la consiguiente adhesión al progreso de los mataderos, mantiene la fuente que todavía sustenta la vitalidad de los obsesores y de los agentes de las tinieblas, sobre la humanidad terrestre. El terrícola paga dia­riamente bajo la multiplicidad de los dolores, incomodidades y consecuencias funestas en su hogar, la incuria espiritual de devo­rar los restos del animal criado por Dios y destinado a fines útiles.

Otro autor espiritual (el Hermano X, bajo el tema "Entre­namiento para la Muerte"), a través del mismo médium que enunciamos, conceptúa valerosamente:

"Comience la renovación de sus costumbres por el plato de cada día. Disminuya gradualmente la voluptuosi­dad de comer la carne de los animales. El cementerio de la barriga, es un tormento después de la grande transición. El lomo de puerco o la chuleta de ternera adobados con sal y pimienta, no nos sitúan muy lejos de nuestros ante­pasados, los indios que se devoraban unos a los otros."

Emmanuel, el mentor del referido médium, en comunicación que destacamos, aludiendo a la aparición y a la evolución del hombre, se manifiesta así:

"Los animales son los hermanos inferiores de los hom­bres. Ellos también, como nosotros, vienen de lejos, a través de luchas incesantes y redentoras y son, como nosotros, can­didatos a una posición brillante en la espiritualidad. No. es en vano que sufren en las faenas benditas de la dedicación y de la renuncia, en favor del progreso humano."

Se evidencia, por tanto, a través de esas declaraciones de espíritus que merecen el mayor crédito en la labor medianímica espiritista y que son de vuestra plena confianza, que es muy grave la responsabilidad de los espiritistas en lo tocante a la alimentación carnívora. ¡En modo alguno les será tolerado por la Ley de la Vida (de la cual no podrán alegar desconocimiento), cualquier disculpa posterior con la que pretendan suavizar la culpa de haber trucidado a su hermano inferior! Es la propia bibliografía espiritista, comúnmente señalada como la directriz oficial de la conducta espirita, la que os notifica de tales deberes y os acentúa la urgente necesidad del vegetarianismo. Ya os hemos dicho que las humanidades superiores son enemigas del macabro banquete de vísceras cadavéricas. Os recordamos el sensato concepto de Allan Kardec, que "la naturaleza espiritual debe predominar sobre la naturaleza animal". De ello podéis tener la comprobación a través de las obras mediúmnicas que afirmáis que os merecen confianza.

En "Nuevos Mensajes", obra recibida por el acreditado mé­dium Francisco Cándido Xavier, en la página 63, en el capítulo "Marte", os será fácil encontrar lo siguiente:

"Tales providencias, explica el espíritu superior y bene­volente, se destinan a proteger la vida de los reinos más débiles de la naturaleza planetaria, porque en Marte, el problema de la alimentación esencial a través de las fuerzas atmosféricas, ya fue resuelto, siendo desechada por sus fe­lices habitantes la ingestión de las vísceras cadavéricas de sus hermanos inferiores, como sucede en la Tierra, sobre­cargada de frigoríficos y mataderos."

No nos extendemos en este trabajo en la trascripción de obras mediúmnicas, porque sobrepasaríamos el límite de nuestro propósito. Solamente hemos señalado, someramente, el contenido de confianza que deseabais, el cual podréis abarcar en sus de­talles, consultando las fuentes mencionadas.

Pregunta: ¿Podríais aclararnos, todavía, sobre las palabras de Jesús, cuando afirmó que el hombre no se pierde por lo que entra por su boca y sí por lo que sale de ella?

Ramatís: El Maestro fue bien explícito en su advertencia, pues afirmó que no os haríais inmundos por lo que entrase por vuestra boca y sí por lo que saliese de ella, no os prometió gracias o merecimientos superiores si continuabais comiendo carne. Ninguna tradición cristiana os muestra al Dulce Nazareno trinchando vísceras animales. Jesús os recordó y se refirió sola­mente, a que "no perderías", pero no aludió a lo que dejaríais de "ganar" si no os purificabais en la alimentación. La inmensa bondad y comprensión del Maestro no lo llevarían a emitir con­ceptos todavía inmaduros para aquellos hombres rudos y carní­voros, de su tiempo. Su misión principal consistía en hacer resaltar el supremo valor del espíritu sobre la materia, como la necesidad de la purificación interior, por encima de cualquier preocupación por la alimentación. Su mensaje era de gran im­portancia para los fariseos y fanáticos de la época, que practica­ban ignominias espirituales mientras se esclavizaban a fatigantes reglas de alimentación.

Es necesario no olvidar el "espíritu" de la palabra dictada por Jesús, pues el hombre no se pierde por lo que entra por la boca y sí por lo que sale de ella, no por ello ensalzáis la inges­tión del alcohol que embrutece, o el formicida que mata, los cuales también entran por la boca. Si tomáis la advertencia del Maestro al pie de la letra, llegaréis también a la conclusión que podréis comer a vuestro hermano, como lo hacen los antropó­fagos, ya que lo que entra por la boca —según el principio evangélico invocado— no pone a nadie en situación de perder. No obstante ese malicioso sofisma, del cual hacéis responsable a Jesús, en modo alguno os justifica ante El, de la culpa de ser caníbales, ya que vivís en un mundo civilizado.

Jesús al pronunciar las palabras que citáis, se estaba refi­riendo a la crítica hecha a sus discípulos por no haberse lavado las manos antes de comer el pan; y con aquellas palabras, quiso decir que es preferible dejar de lavarse las manos, a dejar de lavar el corazón sucio; pero en modo alguno se deba comer todo cuanto pueda entrar por la boca, pues eso sería un absurdo que no podría salir de los labios del Nazareno.

No hay pureza integral psicofísica, cuando se ingieren despojos sangriento o basuras vivas de urea y albúmina cultivadas en el caldo repulsivo de los chiqueros, ni hay limpieza en el corazón cuando se desprecian frutos, legumbres y hortalizas en abundancia, para alimentar las pavorosas industrias de la muerte, que sangran y descuartizan la carne de seres dignos también de piedad y de protección.

Allan Kardec es bastante claro a ese respecto, cuando in­serta en su obra "El Libro de los Espíritus", capítulo VI, la respuesta Nº 734 en la que la entidad espiritual preceptúa ca­tegóricamente: "El derecho ilimitado de destrucción se halla re­gulado por la necesidad que tiene el hombre de proveer su sustento y seguridad.   El abuso jamás constituyó derecho."

No hay duda sobre el espíritu de esa respuesta: el hombre es culpable si mata al animal, ya que no le asiste ese derecho desde el momento en que no le falta la fruta o la legumbre para su sustento; ni necesita de la muerte del hermano inferior para su seguridad biológica o psicológica.

El vegetarianismo, verdaderamente, aunque aconsejemos que debe sustituir gradualmente la alimentación carnívora para no debilitar en principio a aquellos que están condicionados en demasía a la nutrición carnívora, debe ser la alimentación de los espiritistas que sean conscientes de la realidad reencarnatoria y de la marcha ascensional a la que también los animales están obligados.

Pregunta: ¿No sería contraproducente la alimentación ve­getariana en los países de clima frío, donde se necesita abundan­cia de proteínas y calorías?

Ramatís: Sin duda, conviene que en los climas fríos o du­rante las estaciones invernales, la alimentación vegetariana sea lo más racional posible, a base de alimentos oleaginosos y grasos, entre ellos la mantequilla, el queso, la crema de leche, yemas de huevos, nueces, castañas, almendras, piñones, avellanas, agua­cates, aceitunas, aceites de soya, de oliva o de cacahuetes, masa de coco o de otras simientes oleaginosas, con el fin de obtener las calorías necesarias para el equilibrio del organismo carnal. Pero en los climas calientes, se impone la alimentación vegeta­riana como una necesidad terapéutica, pues de ese modo se depura el organismo y se reduce la toxicidad proveniente de la ingestión de las carnes grasas.

Pregunta: ¿Qué podéis decirnos sobre la existencia de ve­getarianos delgados y gruesos, a semejanza de lo que sucede con los carnívoros?

Ramatís: Realmente, existen personas de ambos tipos, tanto entre los vegetarianos como entre los carnívoros. Pero la verdades que la salud nada tiene que ver con la gordura o delgadez del individuo, ya que la obesidad tanto puede ser por la inges­tión de alimentos con exceso de hidratos de carbono, como originada por un tipo de linaje ancestral biológico; así como pro­venir del disturbio de las glándulas de secreción interna, princi­palmente de la tiroides, de la hipófisis o de sus anexos, que retardan el metabolismo responsable del equilibrio de las grasas en el organismo.

Pregunta: Pero es evidente que la carne es la mayor fuente de proteínas; ¿no es así?

Ramatís: Bajo el uso de mucha proteína o de la ingestión indiscriminada de carne, se eleva la presión arterial y, con el tiempo, puede surgir la arteriosclerosis o mal de Bright, como reducirse el calibre de las coronarias, con graves repercusiones cardíacas, a veces de graves consecuencias, casi fatales. El pro­pio canceroso, cuando ingiere mucha carne, sufre mayor viru­lencia en el mal. Algunos tratadistas modernos y atentos inves­tigadores, no vacilan en afirmar que debido al gran consumo de carne por parte de la humanidad, todavía proliferan enferme­dades como la apendicitis, el asma, la congestión del hígado, gota, hemorroides, constipación del vientre, úlceras y excrecencias en el cuerpo, mientras reconocen que la alimentación a base de frutas y vegetales, contribuye admirablemente a recuperar los elementos que favorecen el curso y la flora en el intestino.

Conviene notar que los venenos de la carne son bastante nocivos al hígado y que lo obligan a un trabajo fatigante, sa­turándolo de tal modo, que dificultan el proceso de la filtración. Hay que agregar que el hombre, por su hábito pernicioso de añadir al cocido o al asado de las vísceras de animales, la pi­mienta o el mojo picante, la mostaza, el clavo, la sal en exceso y toda suerte de condimentos excitantes, efectuando las más violentas combinaciones químicas con otros aderezos como la cebolla, el ajo y el vinagre, concluye aniquilando más pronto su organismo carnal.

Después, él mismo trata de inmunizarse contra los efectos perniciosos que lesionan su organismo, ayudándose con la gran variedad de medicamentos heterogéneos de la pesada farma­copea moderna, en la creencia de poder compensar la agresi­vidad de la química violenta y corrosiva que hace surgir. El uso de la carne, generalmente acompañado del mojo picante, obliga a los órganos físicos a un funcionamiento intensivo y fatigoso, para reducir mayor cantidad de fermentos, bilis, jugos y hormonas, que atiendan a las necesidades digestivas y propor­cionen la filtración de los venenos y su expulsión al exterior.

Bajo el proceso de una alimentación imprudente que pro­duce toxicidad dañina, los riñones y el hígado se fatigan y se congestionan para atender al servicio de filtros del cuerpo; el páncreas se agota por la hiperproducción de fermentos y las islas de Langson se atrofian reduciendo el suministro de insu­lina y culminando en la diabetes insoluble. Las vísceras animales vierten, además, otras toxinas nocivas que perturban el movi­miento peristáltico del intestino y aumentan la viscosidad san­guínea favoreciendo la apoplejía, mientras el ácido úrico se disemina por la sangre, causando el artritismo.

No os debe ser desconocido que los pueblos orientales, ali­mentados con arroz, frutas, legumbres y habas de soya, no padecen de arteriosclerosis, angina de pecho, infarto del mio­cardio o hemorragias cerebrales; mientras que en Occidente, esas dolencias aumentan incontrolablemente entre los hombres súper nutridos por la carne, que es rica en colesterol. En ciertos pueblos occidentales, su desayuno es abundante en jamón, tocino, manteca, huevos, nata y leche, que, aunque son aconsejados para la buena alimentación, los saturan más por tratarse de sus­tancias grasientas animales.

¡De ese modo, aumenta continuamente el número de ates­tados de óbitos que oficializan el fallecimiento bajo la respon­sabilidad de molestias de la sangre y de las venas supersaturadas de proteínas!

Pregunta: Hemos oído hablar que la alimentación carnívora favorece el terreno para la proliferación de ciertos parásitos intestinales como, por ejemplo, la solitaria. ¿Hay fundamento en esa afirmación?

Ramatís: Algunos tipos de parásitos intestinales de los que el hombre se convierte en hospedero, se procrean antes en la forma larval en el organismo de los animales. Tal es el caso de la "tenia saginata", que vive su primera fase larval en el buey; la "tenia solium", que prefiere el puerco, el "bothrioce-phalus", la solitaria, cuya fase larval se procesa entre ciertos peces de agua dulce que, al alcanzar la fase adulta en el intesti­no del hombre, llega a alcanzar metros de largo.  Algunos otros parásitos pertenecientes a los cestodios y vermes del grupo de los helmintos, que pueden ser examinados en su ciclo de vida parasitaria en el hombre, tienen su procedencia larval en ciertos animales que también son devorados famélicamente por el hom­bre, ¡haciéndole sufrir, después, los efectos dañinos de su propia insaciabilidad zoofágica!

Pregunta: La carne de buey, ¿no es en esencia, una amal­gama de vitaminas, proteínas y minerales que proceden directa­mente de los vegetales y son asimilados por el animal, por cuyo motivo deberían resultar en mayor beneficio para el hombre?

Ramatís: La carne es deficiente en vitaminas, puesto que el animal no las asimila con tanta precisión como fuera desea­ble; son abundantes en los frutos, legumbres, cereales y hortali­zas, que constituyen la verdadera fuente natural de su proceden­cia. Hay que agregar que las vitaminas de la carne se consumen bajo la acción de la cocción o del asado, agravándose su acción malhechora por la conjunción de otras sustancias corrosivas, que son suministradas por los mojos picantes, la pimienta y otros condimentos tóxicos. La prueba evidente de estas aserciones, está en que la humanidad terrestre, cuanto más se entrega a la ali­mentación carnívora, principalmente con la facilidad actual de la carne enlatada, tanto más se ve compelida a consumir mayor cantidad de vitaminas artificiales.

Cualquier compendio o manual de cocina que trate de la calidad de la alimentación, os explica que la carne magra, por ejemplo, contiene casi dos tercios de agua, veinte por ciento de proteína, cinco por ciento de grasa y tres por ciento de residuos y materia mineral, conteniendo pocas vitaminas A, B y C. Las carnes enlatadas son todavía más pobres vitamínicamente, por­que al ser sometidas a un proceso riguroso de hervor industrial, volatilizan gran parte de sus elementos energéticos, y aun en cuanto a las sales minerales, quedan conteniendo poco sodio y poco calcio. El propio hierro que retienen proviene de los resi­duos de la sangre que quedan retenidos y coagulados en los tejidos musculares.

En el caso de la enfermedad del escorbuto, por ejemplo, la Medicina explica que se trata de una "discrasia hemorrágica" pro­veniente de la falta de vegetales y de frutas frescas, culminando en profunda avitaminosis. Antes de ser descubierta la carencia vitamínica que provocaba el escorbuto, los ejércitos en campaña, las caravanas de largo recorrido y los marineros que pasaban mucho tiempo en el mar, alimentados exclusivamente de carne, se diezmaban abatidos por esas molestias que les afectaba la nutrición por la falta de la vitamina C, la cual sólo es pródiga en los frutos, legumbres y cereales, tales como limón, uvas, to­mate, repollo crudo, cebolla o espinaca. Es evidente que si la carne poseyese el tenor vitamínico exacto y necesario al orga­nismo humano, el escorbuto no afectaría a los carnívoros, y sí únicamente a los vegetarianos. No obstante, el resultado es diametralmente opuesto, pues esa molestia se debilita justa­mente cuando los pacientes son tratados con frutas y vegetales frescos.

Pregunta: Pero existen razas robustas que se alimentan ex­clusivamente de carne, como ciertos pueblos o tribus nómadas del Asia. ¿No es verdad?

Ramatís: No hay duda de que se puede comprobar eso, principalmente entre los pueblos nómadas del Asia, que se ali­mentan casi exclusivamente de carne de carnero, cabrito o de caza salvaje. Pero ellos, son producto de un medio agreste cuya vida está libre del artificialismo de la cocina de las metrópolis. Están próximos a la vida salvaje que exige nutrición más pri­mitiva, lo que constituye una prueba más que la alimentación carnívora es incompatible con el hombre altamente civilizado o de sensibilidad espiritual.

Es la propia Medicina de vuestro mundo la que, después de largas y exhaustivas investigaciones para hallar los elementos que producen la fatiga en el organismo humano, llegó a las conclusiones que aconsejan al hombre el abandono de la carne. Es así que se comprobó que la fatiga se produce por los venenos del cuerpo, y bajo tres causas distintas: la primera, como un efecto de las modificaciones químicas que se procesan en los músculos; la segunda, consecuencia de los ácidos minerales y otras sustancias que agotan al hombre, ingeridas por la alimen­tación; y la tercera, consecuencia de los venenos excretados por las bacterias proteolíticas, que producen la putrefacción de las proteínas no absorbidas por el colon intestinal. La carne no es digerida completamente por el hombre en un porcentaje del cinco al diez por ciento, y se pudre acelerando el desenvolvi­miento de la amebiasis, colitis, irritaciones o fístulas, toda vez que en ese proceso de putrefacción, dominan el escatol y el índol, como venenos causantes de la fatiga.

Los alimentos carnívoros, sufren también gran pérdida de su energía vital durante la combustión interna, así como acentúan la producción de ácidos nocivos que afectan el equilibrio, bio­químico intestinal, de cuyo hecho resulta la intoxicación de los órganos, tejidos y sangre con la presencia del ácido úrico, cau­sante del artritismo.

La alimentación vegetariana, por tanto, es superior a cual­quier régimen carnívoro, toda vez que los hidratos de carbono predominan en los vegetales, constituyéndose en una óptima fuente de energía para el buen funcionamiento de los músculos, principalmente con el uso de la batata y de los cereales, o frutos dulces como la ciruela, uva, higo, pera, caña de azúcar, caqui, sandía y pasas.

Pregunta: ¿Qué nos aconsejáis sobre la nutrición vegetaria­na, adecuada para aquellos que pretendan abandonar el régimen carnívoro, a fin que puedan compensar el abandono de la carne? Creemos que debido a nuestro largo acondicionamiento a la alimentación carnívora, no debe ser aconsejable un cambio vio­lento en ese sentido. ¿No es verdad?

Ramatís: Ya os hemos dicho anteriormente que la transición completa de la alimentación carnívora a la vegetariana, debe hacerse gradualmente por aquellos que todavía no están prepa­rados para poder soportar la transformación violenta. Es obvio, también, que tanto el carnívoro como el vegetariano, no pueden prescindir de las proteínas. La diferencia está en que, el primero las obtiene de la carne y el segundo las aprovecha del vegetal, frutas y hortalizas. La proteína, cuya raíz griega "protos" quiere decir "primera", es considerada un elemento insustituible y fun­damental en la alimentación, aunque hoy también se compruebe la validez de las vitaminas, que todavía eran desconocidas cuando hace cien años el químico holandés Mulder, descubrió las proteí­nas. Estas representan, en la criatura humana, cerca de la mitad del material orgánico y constituyen más o menos el dieciséis por ciento del peso del propio cuerpo físico, siendo indispensa­bles para la combinación de las hormonas y los fermentos utilizables por el proceso nutritivo.

De acuerdo con las conclusiones a que llegó la Medicina actual, se cree que es suficiente al hombre un gramo de proteína al día, por cada kilogramo de peso. Por tanto, un hombre, para atender a su necesidad proteica, si su peso es de 60 kilogramos, debe ingerir, por lo menos, 60 gramos de proteína por día. Pero es sabido que, aunque el hombre atienda satisfactoriamente su carencia proteica, en general, no sabe todavía alimentarse conve­nientemente, ni aun corresponder a las combinaciones y exi­gencias alimenticias apropiadas a su tipo orgánico. No basta ingerir la cantidad exacta de proteínas, vitaminas y minerales, o atender a las calorías prescritas por las tablas médicas, pues la alimentación requiere otros factores de gran importancia para la salud corporal, como para la armonía psíquica del encarnado. El hombre debería evitar siempre la ingestión de alimentos en momentos impropios, ya cuando no se armoniza su proceso de producción de jugos, fermentos, bilis y hormonas, o cuando se perturban los estímulos psíquicos. He ahí por qué no basta re­pudiar la carne y preferir las legumbres, las frutas o las hortali­zas, para lograr una buena alimentación y una buena salud, sino que es necesario que sean respetadas las demás exigencias que la naturaleza establece para obtener el ritmo preciso en el me­canismo de la nutrición, como también el mejor aprovechamiento obtenido a través de un estado de espíritu tranquilo.

Pregunta: ¿Podríais aclararnos mejor ese asunto?

Ramatís: El hombre no debería alimentarse exclusivamente atendiendo al viejo hábito de "matar el hambre", haciendo de su estómago la hornalla ardiente de porciones de alimentos mal digeridos. En general, los terrestres no mastican ni digieren bien los alimentos, porque los engullen, hambrientos, en trozos o pe­dazos, sin la salivación adecuada y la desintegración aconsejada, imitando los hábitos del avestruz o de los salvajes, que devoran pero no comen.

La buena masticación, es fundamental para la buena salud, y ésta aun sería más prolongada, si el hombre no regase los alimentos con los mojos picantes, mostaza, pimienta y otros excitantes que atacan los riñones y el hígado, subvierten el pa­ladar y lo condicionan sólo a reaccionar ante las excitaciones tóxicas. Hay cierto tipo de frituras, que absorben gran cantidad de grasa, aceite, mantequilla o margarina, y por eso la digestión se hace más difícil, agravándose aun más con la prisa con que el hombre engulle la comida, reduciendo el tiempo para' que el organismo pueda fabricar los jugos, los fermentos y las hormonas necesarias para la normal digestión, de cuya precariedad provie­nen las dispepsias, indigestiones, hiper acidez y demás perturba­ciones del aparato digestivo.

Es muy conveniente que el hombre no se alimente cuando está agitado o a continuación de trabajos exhaustivos o ejercicios violentos, así como tampoco después de haber sufrido alteracio­nes violentas o estados de cólera, en cuyos momentos es intensa la producción de ácidos y residuos nocivos al organismo, que después intervienen hostilmente en el metabolismo de la diges­tión. Se crea, entonces, un círculo vicioso en que la alimentación influye en el psiquismo y éste, a su vez, incide en el fenómeno de la digestión.

El éxito en el mantenimiento de la salud, se acentuaría mu­cho si se hiciera una oración antes de las comidas, pues con ella se calman los temperamentos excitados y estabiliza el vago-sim­pático, docilizando el flujo biliar y favorece los estímulos duo­denales durante la digestión La oración ajusta en una misma frecuencia vibratoria a los familiares y a los presentes en la mesa, apartando las conversaciones contundentes o los comen­tarios impropios a la hora de las comidas, sobre crímenes, de­sastres o asuntos que afectan el hígado, perturban el flujo biliar e intervienen hasta en los estímulos psíquicos del apetito.

Pregunta: Aunque reconocemos el valor de esas recomenda­ciones sobre la alimentación, no podemos olvidar cuan difíciles y hasta irrisorias han de ser para aquellos que mal consiguen obtener un pedazo de pan o un trozo de carne con qué mitigar su hambre. ¿Cómo se podría conducir a tales cuidados y disci­plina educativa de la alimentación a esa mayoría de la humanidad que todavía es víctima de la pobreza?

Ramatís: Bajo la justicia y la sabiduría de la Ley del Karma, son los propios espíritus los que generan sus destinos, pero tam­bién son advertidos sobre la cosecha de los resultados buenos o malos, siempre de conformidad con las causas generadas. En consecuencia, aquellos que todavía no disfrutan el derecho de una alimentación sana y suficiente, es porque, evidentemente, crearon situaciones semejantes en el pasado, en perjuicio de otros seres. Es posible que hallan abandonado sus familias a la mise­ria o que hayan sido industriales, comerciantes o intermediarios de negocios que se enriquecieron a costa de la explotación de los géneros alimenticios, saciándose a sí mismos y a su parentela, con detrimento de otras criaturas infelices ¡que se vieron despo­jadas hasta de la leche para sus hijitos! Aquí, hacendados rapaces y egoístas, reducían el alimento a sus esclavos, para aumentar el lucro ambicionado y mantener el lujo exagerado de la familia; allí, reyes o señores feudales crueles, explotaban y agotaban a sus súbditos, llevándolos hasta el hambre, con el fin de garantizar sus vastos dominios; allá, administradores de los bienes públicos, desviándolos a través de negocios o combinaciones ilícitos, con­curriendo a la falta del alimento imprescindible.

¡Ninguno de ellos, puede quejarse; pues, en vista de la necesidad del pago obligatorio "hasta el último céntimo", la Ley del Karma los toma en el proceso de recuperación espiritual, su­mándoles todas las horas, minutos y segundos de sufrimiento y de carencia de alimentos que obligaron a soportar a otros, afi­liándolos a las masas de criaturas que, después, curten la exis­tencia física pasando por el mundo con las caras macilentas y la mirada muerta de los subalimentados! El destino equitativo les impone también la triste suerte de recoger los restos de las co­midas de las mesas abundantes, o vivir de residuos humillantes para poder proveer el estómago. Son almas que reviven en sí mismas las angustias que causaron al prójimo con su avaricia, su astucia, su ambición o rapacidad. Deben cumplir los destinos que ellas mismas forjaron en el pasado, al hallarse incluidas en la ley de "la siembra es libre, pero la cosecha es obligatoria". Si así no fuera, ¡habría que suponer que, realmente, existe el error, la injusticia o el sadismo en la ejecución de las leyes creadas por Dios, que, de este modo, permitiría la existencia de grupos privilegiados actuando impunemente en el seno de la sociedad, sin incurrir en la responsabilidad de sus actos!

Preguntas Creemos que la mayoría de la humanidad todavía no está en condiciones de poder encuadrarse en las reglas de la buena alimentación; ¿no es así?

Ramatís: Reconocemos que la mayoría de la humanidad no sería capaz de cumplir ni la décima parte de lo que recomiendan sobre la alimentación, los compendios científicos y los tratados sobre nutrición, con el fin de alcanzar la salud del cuerpo y la satisfacción del espíritu, ajustándose a la máxima de Juvenal: "Mens sana in corpore sano."

A aquellos que no tienen horario para comer, que ingieren apresuradamente lo poco que logran para alimentarse, sería írrisorio aconsejarles una masticación cuidadosa, rechazar los con­dimentos excitantes, los mojos epicurísticos, los alimentos agresi­vos o inocuos, así como evitar las malas combinaciones de los alimentos. Esas aclaraciones, están dirigidas a los que pueden disponer y decidir su alimentación, concurriendo a su modifica­ción saludable, en concomitancia con las enseñanzas de la Ciencia que, mostrando cuál es la nutrición más adecuada al organismo físico, ayuda al hombre a librarse de los consultorios médicos, de los hospitales y de las intervenciones quirúrgicas que tanto pesan en la economía humana.

No es necesario que el hombre participe de banquetes opí­paros o se ponga a ingerir alimentos raros, para que consiga mayor éxito nutritivo. Eso depende mucho más del modo de masticar, o sea de conseguir mejor desintegración de los alimentos y aprovechamiento del energismo de los átomos de las sustancias ingeridas. Lo que la criatura ingiere por la boca y expele luego por los riñones, intestinos y piel, es casi la misma porción, pues el organismo sólo aprovecha, realmente, la energía liberada en la disociación atómica del alimento y la incorpora a la "energía condensada" de su edificio orgánico.

El pobre o el mendigo que se decidiesen a masticar conve­nientemente el sencillo pedazo de pan, la modesta banana o el residuo del almuerzo de los hartos, absorbiendo todo el energismo o "prana" desprendido en una masticación demorada y cuidadosa, sin duda tendría más salud y sería más vigoroso. Pero lo cierto es que mucha pobreza no pasa de ser producto de la pereza, de la negligencia espiritual y del repudio a la disciplina del trabajo o a la higiene del cuerpo. ¡En general, falta la leche, el pan o la fruta, en los hogares terrestres, pero es muy difícil que falten el cigarro y el alcohol!

No vemos las razones, por tanto, para que tales seres vengan a preocuparse con los cuidados profilácticos de la salud, sobre la mejor combinación de los alimentos, cuando no les importa, siquiera, saber masticar.

Pregunta: Como es de suma importancia para nosotros el mejor aprovechamiento nutritivo y energético de los alimentos, ¿podríais describirnos algunas combinaciones favorables o desfa­vorables, en nuestra alimentación más común?

Ramatís: En vista de la multiplicidad de compendios, re­vistas, tratados y recomendaciones que existen sobre la mejor manera para que el hombre se alimente y del creciente progreso de la Nutriología moderna, creemos que sería innecesario ha­ceros cualquier recomendación, por ser todas ellas asunto cono­cido y de sentido común. Médicos inteligentes, nutriólogos y estudiosos de la salud pública humana, elaboraron métodos eficientes y seguros para obtener la mejor forma de alimentación entre los terrícolas. No obstante, atendiendo a vuestra solicitud, procuraremos haceros algunas sugestiones referentes a las com­binaciones alimenticias más comunes.

La buena combinación de alimentos, no es precisamente aquella que proporciona buena digestión, sino también la que mejora la disposición del espíritu durante las comidas; la que no provoca fenómenos antagónicos en el aparato digestivo o de repercusión nociva en el psiquismo del vago-simpático; la que es exenta de alimentos adversos entre sí, que se anulan o pro­ducen reacciones desagradables y tóxicas. Hace algunos siglos, Hipócrates recomendaba en uno de sus bellos preceptos: "Que tu alimento sea tu medicamento, y que tu medicamento sea tu alimento", destacando, pues, la gran importancia de la nutrición.

En el caso de la alimentación vegetariana, en la que se recomiendan las frutas oleaginosas para compensar la falta de las proteínas de la carne, tales como las nueces, avellanas, almendras, piñones, aceitunas, coco, etc., se debe evitar la mala combinación alimenticia, dejando de agregar la miel, la raspadura, la mer­melada o las frutas dulces, como la uva, el higo, la cereza, el dátil o la pera, porque se forman reacciones desagradables entre sí. No obstante, esas frutas oleaginosas pueden ser ingeridas sin causar perjuicios digestivos, cuando se las combina con legum­bres secas, naranja, el melocotón, el abacaxí y la cereza, así como con los alimentos hechos con manteca, margarina, aceite de soya, de oliva o de almendra.

Ciertos alimentos bastante comunes y cotidianos de la cocina occidental, pueden presentar también combinaciones nocivas, que exigen del organismo carnal un exceso de jugos gástricos, hormo­nas, bilis o fermento pancreático, contribuyendo a la dispepsia, somnolencia y fatiga para la comida siguiente. A veces, las criaturas se quejan que cierto alimento les es adverso en deter­minados días y que en otras ocasiones no les causa perjuicio alguno; lo que es, casi siempre, consecuencia de las combinaciones alimenticias que producen efectos heterogéneos y excesiva fermentación, debido a las reacciones químicas.

La leche, que es tan común en los hogares, no debería ser ingerida, nunca, con azúcar, miel, dulces o jaleas azucaradas de frutas, ni combinada con sustancias grasientas como el aceite, la mantequilla, etc. o con verduras o frutas secas; no obstante, puede ser usada con beneplácito del aparato digestivo menos sano, cuando se mezcla con frutas dulces y frescas, que ya hemos citado anteriormente. El pan de trigo, otro alimento imprescin­dible en la mesa del pobre y del rico, no se combina favorable­mente con la mayoría de los cereales, legumbres, hortalizas secas, manzanas, batatas o bananas, pero sirve óptimamente con las frutas dulces, como uvas, cerezas, dátiles, peras, etc., con frutas frescas o secas y también con leche, huevo, nata o crema de leche, queso, mantequilla, margarina, verduras y hortalizas fres­cas, así como con algunas frutas oleaginosas, el aceite, la almen­dra, la avellana y el coco.

Algunas combinaciones de alimentos simpáticos entre sí, para una digestión favorable en conjunto, pueden resultar de mal aprovechamiento, en el caso de que no sean atendidas las precauciones exigibles para ciertos tipos de frutas, legumbres o verduras y que, aunque se armonicen en el mismo plato, con­tienen residuos y partes nocivas que deberían ser eliminadas. Es el caso de la zanahoria, de la cual debe ser retirada siempre la parte central; la col, el repollo, la espinaca y la mostaza, cuyos tallos deben ser retirados de las hojas, así como la parte blanca e interna del tomate que, después en reacción química impre­vista, vierten sustancias inadecuadas a la armonía digestiva. La mejor combinación de alimentos, puede ser, a veces, sacrificada por el mal hábito del hombre, de agregarles vinagre, canela, pi­miento picante, mostaza, extractos acres, mucha sal o clavo, y que bajo el mojo de cebolla, presentan un quimismo nocivo a la delicada mucosa del estómago y exigen gran cantidad de bilis y fermentos, obligando al intestino a efectuar un servicio excep­cional y lesivo.

La criatura humana ignora que tanto los vegetales como las frutas, poseen elementos intrínsecos que disciplinan sus reac­ciones químicas exactas, para determinar la mejor desintegración atómica; por cuyo motivo, el aumento de sustancias extrañas y antipáticas, sirve para alterar el curso normal de la digestión.

Pregunta: Siendo considerado actualmente el frijol de soya como el alimento más indicado para sustituir y hasta superar la nutrición carnívora, ¿podríais decirnos algo al respecto, antes de terminar este capítulo?

Ramatís: En verdad el fríjol o judía de soya, es una planta asiática y pertenece a la familia de las "leguminosas papilionáceas", comienza a ser conocida entre los occidentales. Es uno de los más completos alimentos, cuya abundancia de proteínas ve­getales compensa admirablemente el abandono de la alimentación carnívora. De acuerdo con estudios y conclusiones de vuestra ciencia, un kilogramo de frijoles de soya, equivale, más o menos, a dos kilogramos de carne, a sesenta huevos y a doce litros de leche. Hace mucho tiempo que es uno de los alimentos más conocidos en el Japón y en la China, y sumamente preferido en las zonas que son pobres en leche, huevos, queso, carnes y pes­cado. Contiene gran cantidad de grasa, a pesar de ser una planta leguminosa; y debido a su reducida cantidad de hidratos de carbono, puede servir de alimento para los diabéticos. Aunque con menor dosis de vitaminas de las necesitadas diariamente por el hombre, es una de las mejores fuentes de calorías, y sólo pierde en cantidad con la almendra y el queso grueso, llevando gran ventaja sobre la carne, pues mientras un kilogramo de carne de vaca presenta 2,800 a 1,900 calorías, ¡el frijol de soya alcanza hasta 3,500 calorías! Debido a la poca cantidad de hi­drato de carbono, la harina de soya no se presta para ser usada sola, como sucede con la harina de trigo; pero puede utilizarse en combinación con leche, aceite y queso, o mezclada con otros productos o alimentos. Sus granos seleccionados, proporcionan óptimas ensaladas. El aceite de soya, que poco a poco se va haciendo común en vuestro país, es una buena fuente de com­pensación para aquellos que se dedican a la alimentación vege­tariana.

Dando término a nuestras consideraciones sobre la alimen­tación vegetariana, con las que hemos presentado dietas y reco­mendaciones ya bastante comunes entre vosotros, os sugerimos la lectura y el estudio de las obras, publicaciones o tratados que os puedan ofrecer detalles para el mayor éxito de la alimentación exenta de carne, que tanto afecta a la salud corporal como resulta impropia para el nivel psíquico en que el hombre actual está ingresando.

No aconsejamos a nadie, en Occidente, que repudie la leche, el huevo, la mantequilla, el queso o cualquier producto derivado del animal, siempre que no dependa del sacrificio, de la muerte o del dolor; pues cuando eso acontece, entraréis en conflicto con las leyes de la sobrevivencia del hermano menor.

Pregunta: Nos consta que muchas personas importantes de la Historia, fueron vegetarianas, lo que quiere decir que esa alimentación no es solamente preferida por aquellos que son adeptos a las doctrinas espiritualistas, ¿no es así?

Ramatís: Sin duda, deben haber sido varios los motivos por los cuales éste o aquel sabio, científico o líder espiritual, se hi­cieron preferentemente vegetarianos. Lo cierto es que almas escogidas han preferido el vegetal sobre la carne; así lo hicieron Gandhi, Cicerón, Séneca, Platón, Pitágoras, Apolonio de Triana, Bernardo Shaw, Epicuro, Helena Blavatsky, Annie Besant, Bernardino de Saint Pierre y santos de la Iglesia Católica como San Agustín, San Basilio el Grande, San Francisco Javier, San Benito, Santo Domingo, Santa Teresa de Jesús, San Alfonso María de Ligorio, San Ignacio de Loyola, San Francisco de Asís, Buda, Krishna, Jesús y miembros de las órdenes religiosas de los trapenses, los teósofos, los yogas, e innumerables adeptos de las sectas japonesas, que se alimentan de arroz, miel y soya. Sería extensa la lista de aquellos que ya comprendieron que el hombre continuará en desarmonía con las leyes avanzadas del psiquismo, si su estómago lo convierte en un cementerio de vísceras con­seguidas con la muerte del infeliz animal.

Pregunta: De acuerdo con la revelación simbólica de nues­tra caída espiritual al mundo material, según dice el Génesis, ¿se podría inferir que nosotros deberíamos alimentarnos con vege­tales y no con carne?

Ramatís: Compulsando la Biblia, podéis encontrar pasajes como éste: Génesis, 1/29: "Y dijo Dios: Ahí os he dado todas las hierbas que dan sus simientes sobre la tierra; y todos los árboles que tienen en sí las mismas semillas de su género, para que os sirvan de sustento." Génesis 2/9: "Había producido el Señor Dios, de la tierra, toda clase de árboles hermosos a la vista y tuyo fruto era suave para comer." Génesis 3/18: "Y tú tendrás como alimento, las hierbas de la tierra." En el Salmo 103, ver­sículo 14, David dice: "Que produces heno para las alimañas y hierba para el servicio de los hombres, para hacer salir el pan del seno de la tierra." Paulo, en su Epístola a los Romanos, ca­pítulo 14, versículo 21, advierte: "Es bueno no comer carne ni beber vino, ni cosa en la que tu hermano halle tropiezo o se escandalice o se debilite." En la Biblia, podréis encontrar in­numerables preceptos sobre la abstinencia de la carne, como también en muchas obras del Oriente.


TEXTO TOMADO DEL LIBRO: FISIOLOGIA DEL ALMA




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