EL DESPERTAR SAI
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sábado, 5 de mayo de 2012

YO DETERMINE MI NACIMIENTO - SATHYA SAI BABA

"Yo determiné mi nacimiento.
Yo decidí quién había de ser mi madre."
A los dos años de casada, Eswarama quedó embarazada, para gran alegría de su suegra. Su primer hijo fue un varón y unos años más tarde dio a luz una niña; luego siguió otra hija. Los Raju eran felices con la casa llena de risas, cantos y oraciones. Pero también los pesares hicieron su aparición. Eswarama tuvo una serie de embarazos que terminaron en abortos. Los mayores lo atribuyeron a magia negra. Se consultó a una serie de exorcistas y se echó mano a numerosos talismanes. Se dispuso realizar ceremonias (pujas) propiciatorias en los templos locales y en lugares sagrados como Kadiri. Cuando Eswarama comenzó su octavo embarazo, su suegra prometió un número de ofrendas a Sathyanarayana, para lograr ser bendecida con un nieto. ¡También Krishna fue el octavo hijo de sus padres!
Años más tarde, un día que Swami se encontraba sentado en medio de un círculo de devotos, se produjo una abrupta intervención. Un erudito muy versado en los sagrados Puranas (libros de mitología hindú) sintió un súbito impulso por plantear la siguiente pregunta: "Swami, ¿Tu encarnación fue una admisión o un embarazo?". Personalmente no pude entender la importancia de la interrupción que a todos los sobresaltó como para hacerles perder el ánimo festivo que reinaba hasta el momento en la conversación, pero Swami sabía la razón. Volviéndose hacia Eswarama, sentada al frente, le dijo: "Cuéntale a Rama Sarma lo que sucedió aquel día cerca del pozo, después que tu suegra te hubiera puesto sobre aviso". La Madre dijo: "Ella había soñado con Sathyanarayana Deva y me advirtió que no me asustara si llegaba a sucederme algo por la voluntad de Dios. Esa mañana me dirigí al pozo y, cuando estaba junto a él sacando agua, una gran bola de luz azul vino rodando hacia mí y me desmayé y caí. Luego sentí que se deslizaba dentro de mí". Swami se volvió hacia Rama Sarma con una sonrisa: "¡Ahí tienes la respuesta! No fui engendrado. Fue una admisión no un embarazo..."
Volviendo al período en que Eswarama estaba encinta... Kondama Raju comenzó a soñar con Venka Avadhuta, el cual le instruía para que estuviese preparado, pero no le indicaba para qué. Peda Venkapa Raju, el padre, era despertado de noche por dulces notas musicales que surgían espontáneamente de los instrumentos de cuerda y de percusión que se mantenían en la "sala de ensayo". ¿Angeles... espíritus...? ¿Antepasados músicos? Fue a golpear a las puertas de los astrólogos. Al contarme sobre sus tentativas por entender lo que ello significaba, me describió su tensión en esa época y la reconfortante explicación de un astrólogo de Bukapatnam. "La música, ¿es dulce y serena?", preguntó. Peda Venkapa Raju le contestó que los sonidos y la percusión eran muy gratos. "¿Hay una mujer encinta en la casa?" Cuando la respuesta fue afirmativa, el astrólogo predijo que los dioses tocaban la música para deleitar al niño en el vientre de su madre, y procedió a recitar versos en sánscrito de un libro de horóscopos para tranquilizar al confundido padre.
Había llegado finalmente el momento elegido por el Señor para aparecer en la Tierra en Su forma encarnada. El lunes, día del culto a Shiva, estaba por pasar al martes, día dedicado a Ganesha. Eran las 5.06 de la madrugada del 23 de noviembre de 1926 y la estrella regente era Ardra. Desde las 4.00 de esa mañana, la suegra Lakshama se encontraba en la casa del sacerdote realizando el culto a Sathyanarayana. Fue llamada en más de una oportunidad para que volviera a la casa, a medida que se acercaba el alumbramiento, pero ella había determinado no regresar antes de tener el alimento consagrado por la deidad (prasad) para Eswarama, el que no podía obtener hasta finalizar la ceremonia. Finalmente, llegó y entregó el alimento bendecido que fue aceptado e ingerido. Y el Hijo nació.
Una estera cubierta por una gruesa manta había sido preparada en un rincón de la habitación, tan pronto habían comenzado las labores de parto y entonces el bebé fue acostado sobre ella por la abuela. De pronto, observaron que los cobertores subían y bajaban a ambos lados de la criatura. La abuela levantó al niño y lo abrazó. ¡Una serpiente estaba enrollada bajo el cobertor! Cierto es que había numerosas serpientes en Puttaparti, las que se arrastraban por las grietas o a lo largo de los muros, o se escondían en cualquier hueco. ¡Pero una serpiente en la habitación de la parturienta pretendiendo ser un lecho...! ¡Ese había sido el papel que desempeñara Adisesha para Vishnu que descansaba en sus anillos! Esto representó el primer milagro de la Encarnación. Cuando se preguntó a Eswarama sobre este acontecimiento épico, confesó que entonces se sentía tan embargada por la alegría del nacimiento de un hijo que ni siquiera había notado la conmoción a su alrededor.
El niño fue bautizado como Sathyanarayana. La asociación y la unión de lo humano y lo divino se hacía clara por ese Nombre. Anunciaba que el niño al ser Narayana era Sathya (Verdad). Dios como Sathyanarayana había entrado a las mentes de la madre y de la abuela y llenado la casa de los Ratnakaram Raju con una melodía y una fragancia divinas. Narayana viniendo como Sathya representaba la consumación que el mundo había anhelado desde hacía tanto tiempo.
Yo no era únicamente un niño humano.
Kondama Raju estaba realmente feliz de que este "nieto" suyo fuera bautizado como Sathya, porque le hacía recordar lo anunciado en el Bhagavatha Purana respecto a que cuando Narayana nació en la Tierra como Krishna, Brahma, el primero de la Trinidad, llegó hasta la Divina presencia y alabó al Bebé como "la Verdad de Verdades, la Triple Verdad, el Centro de la Verdad, la Verdad más Alta, la Verdad Viviente, el Guía hacia la Verdad y la Fuente de la Verdad". El abuelo se había construido por sí mismo una "ermita", una pequeña choza junto a la casa familiar. Eswarama se veía obligada a ceder cada vez que su suegra tomaba al hermoso bebé y se lo llevaba a Kondama Raju. Este lo "instalaba" en su rincón de adoración y de meditación. "El niño nunca me molestó en mis plegarias. Por el contrario, su presencia me ayudaba a calmar la mente y a dirigirla hacia Dios", me confió el anciano.
Las mujeres de los hogares vecinos se arremolinaban en torno del encantador bebé, mimándolo y acariciándolo por horas. Era frecuente que Eswarama se olvidara de que algunas de esas mujeres pertenecían a castas que eran tabú; efectivamente, el niño extendía sus bracitos hacia esas "madres" como si quisiera saltar hasta sus brazos. Se ponía a llorar lastimeramente si ellas no lo tomaban, de modo que Eswarama se veía obligada a suprimir sus escrúpulos cada vez que el niño manifestaba que para él no existían. La doctora Jayalakshmi que hace veinte años sirve en el Hospital Sathya Sai en Prashanti Nilayam, escribe que quería saber de labios de Eswarama cómo era de encantador Swami de pequeño. "Llevé conmigo un cuadro pintado por un famoso artista que representaba a Krishna en cuclillas junto a un pote con mantequilla, comiendo del contenido. Era un cuadro grande que yo había sacado de un calendario que tenía en el muro de mi habitación. Cuando Eswarama lo vio, dijo: '¡Sí, su carita brillaba como ésta, igual que la luna! Tenía el mismo cabello negro y ensortijado. Sus músculos eran fuertes y bien formados. Sus cejas eran distintas a las de Krishna, se unían en el centro'. Indicando las joyas que lucía Krishna, suspiró: 'Nosotros éramos pobres. No pudimos ponerle las joyas que adornan a este niño'."
Subama, la esposa del Karnam, solía tomar al niño en brazos y apretarlo contra su pecho. El bebé gorjeaba deleitado y ella se lo llevaba afuera en triunfo. Había sólo una casa entre la de los Raju y la del Karnam. El Karnam pertenecía ala casta de los brahmines, a la cual, de acuerdo con los dictados de la tradición, todas las demás le debían reverencia ceremonial. Era el administrador hereditario de la aldea, encargado de las actas territoriales y del cobro de impuestos por cuenta del gobierno. El Karnam junto con el patel, brahmín también y autoridad hereditaria encargada de la ley y el orden, eran los más poderosos dignatarios de la aldea. Subama tenía una edad avanzada y no había tenido hijos, de modo que al compasivo corazón de Eswarama le resultaba imposible decirle "no" cuando se llevaba a Sathya para mimarlo. "Este es un niño brahmín" murmuraban otras mujeres, al observar la felicidad con que Sathya se dejaba llevar por Subama a su casa. Los parientes más intuitivos, como Kondama Raju, sacaban por conclusión que el niño prefería los mimos de Subama, porque el régimen de su casa era vegetariano. Otros, menos perspicaces y sensibles, sólo imaginaban que prefería gatear por los espaciosos y pulidos pisos de la amplia mansión. El niño nunca reía tan espontáneamente en su propio hogar, como lo hacía en el de Subama. Eswarama se sentía feliz al ver a su pequeño convertido en el centro de atención y del amor de todos y constatar que se iba convirtiendo cada día en una criatura más dulce.
Hay una muy antigua devota conocida como Shirdi Ma por el hecho de haberse encontrado en Shirdi cuando vivía Sai Baba. También se la llamaba Peda Bottu, debido al gran punto de kumkum (polvo generalmente de color rojo), que llevaba en el entrecejo. Entre sus recuerdos, cuenta que en todo momento urgía a Eswarama para que le relatara algunos de los milagros de Swami cuando era niño. La mayoría de las veces Eswarama eludía sus preguntas, diciendo que no había observado ninguno o que no los recordaba. Sin embargo, un día reveló una experiencia profundamente conmovedora que había mantenido en secreto por más de treinta años, debido a que se le había dicho que no hablara al respecto.
"Swami tenía nueve meses entonces, dijo Eswarama, puedo recordar claramente el incidente y lo tengo fresco en la memoria. Yo recién lo había bañado y vestido, y le puse un colirio refrescante en los ojos, luego le puse algo de vibhuti del templo de Shiva y un poco de kumkum del templo de Sathyama, en el entrecejo. Lo acosté en la cuna y la impulsé para que se balanceara mientras me dirigía al fogón porque la leche había comenzado a hervir. De pronto lo oí llorar. Esto me sorprendió muchísimo, porque desde que naciera no había llorado nunca por ninguna razón, ni de hambre, ni por sentirse incómodo, ni por algún dolor. Lo saqué de la cuna y lo puse en mi falda. Dejó de llorar. Entonces, vi que lo rodeaba un halo de luz brillante, un círculo de luz que irradiaba de él. Pero esa luz no me lastimaba, era tan fresca, pese a su brillo y a su proximidad. Me quedé sentada allí, quieta, sumida en un maravilloso encanto. La luz se mantuvo allí por largo tiempo, antes de ir desapareciendo poco a poco. Cerré los ojos y probablemente perdí la conciencia de todo lo que me rodeaba, hasta que llegó mi suegra y me hizo volver a la realidad. El niño estaba dormido, aparentemente. Ella me preguntó qué había sucedido y le conté lo del halo de luz que aún entonces podía ver claramente delineado. Mi suegra se llevó un dedo a los labios y me dijo: 'No le hables a nadie de esto, ya que no lo entenderían. Lo único que harían, sería difundir toda clase de historias'. Pero creo que ella se lo contó al abuelo, porque él me lo preguntó más tarde."
Sathya, rodeado de toda clase de signos y maravillas, comenzó sus primeros ejercicios de moverse gateando por todas partes, de intentar sus primeros pasos, avanzando inseguro de las manos de algunos de los mayores a las de otros que le esperaban, de aprender a sortear los umbrales de las puertas, de correr unos pocos pasos, de emitir sus primeros monosílabos de cariño. Estos primeros balbuceos parecían a quienes los escuchaban mucho más dulces que los de sus propios hijos.
Peda Bottu pudo convencer a Eswarama para que relatara algunos hechos de la infancia de Swami. Un día en que ambas jugaban sobre un tablero a cuadros, usando conchas de mar como piezas, Eswarama le dijo: "Ustedes lo alaban como Narayana y como Krishna. Pero yo lo consideraba un Krishna especial, que me preocupaba especialmente, porque nunca fue como los demás niños. Nunca pedía ninguna ropa o comida especial. Se traía una pila de ropas de Hindupur o de Anantapur y los mayores, el padre o el abuelo, reunían a los niños de la familia, indicándole a cada uno que eligiera por sí mismo lo que quisiera. Sathya se mantenía indiferente hasta que todos hubieran terminado de elegir y entonces tomaba lo que hubiera quedado, lo que había sido rechazado por los demás. No parecía tener nunca deseos propios o algo que le gustara en especial, pero su carita se iluminaba cada vez que veía felices a los otros chicos. Cuando le preguntábamos qué quería, su única respuesta era una sonrisa. Solía abrazarlo y besarlo, tratando de que me confiara sus deseos. 'Sathya, dime qué es lo que quieres y yo te lo daré', susurraba en su oído. 'No necesito nada', era su invariable respuesta. 'Aceptaré cualquier cosa que me des, con eso me basta. No voy a elegir'." Su absoluta Indiferencia la lastimaba. "¡Si sólo fuera más interesado, más decidido!", solía quejarse, en tanto que los mayores la consolaban, asegurándole que esa indiferencia no duraría mucho tiempo.
Otro de los pesares que sentía Eswarama lo causaba la solemnidad que Sathya asumía cuando estaba dentro de la casa. Fuera de ella era todo risas y alegría, saltando, deslizándose y corriendo con otros niños, jugando en el lecho del Chitravati y cantando bhajans (cantos devocionales) durante horas con ellos. Pero, cuando ella lo llamaba para volver a casa, se tornaba grave y reacio. "Esto era algo que no podía entender", contaba Eswarama. "¿En qué éramos diferentes? ¿Qué era lo que lo hacía ser tan serio y parco? Terminé por preguntarme si, después de todo, el apelativo de 'Brahmajnani' (el inmerso en Brahma) que le habían dado los mayores, no habría prendido en él y que, lo que me había parecido una burla, era después de todo un tributo."
"Sathya había comenzado a atraer la atención y la admiración de todos en la aldea y comencé a temer el mal de ojo de la envidia y el odio. Traté de contrarrestarlo por medio de los habituales ritos simbólicos de limpiar, lavar y quemar todo el mal que pudiera haber llegado hasta él. Mas, cuando me veía ocupada en esto, se retiraba, diciendo: '¡Qué podrían hacerme a mí los ojos de alguien!'." Esta respuesta audaz y autoritaria evoca una vez más el remoto eco de las palabras de Krishna a su madre adoptiva Yashoda. Cuando recibiera una reprimenda por ponerse arena en la boca, el Divino Niño le replicó: "¡No vayas a creer equivocadamente que soy sólo un niño travieso y loco!". Cuando un extranjero preguntó a Krishna cómo se llamaba, El le contestó: "¿Cuál de mis muchos nombres te diré?". A Eswarama, Sathya le recordaba a Krishna muchas veces al día y ella anhelaba que siguiera en ese rol de día y de noche.
Era obvio que Sathya prefería estar fuera de casa, mirando hacia los montes, las estrellas y el cielo, sumido en una silenciosa felicidad. Sin embargo, a medida que crecía, jugando en las calles con otros niños, sus inclinaciones se fueron convirtiendo en un real problema, porque entre las escondidas y la gallinita ciega, cada vaca y búfalo que pasara tenía que recibir una amorosa caricia de su cálida mano. Las advertencias, respecto de que eran animales impredecibles y agresivos, no le causaban impresión alguna. Lloraba inconsolable cuando lo sacaban de entre los animales, de modo que había que sacarlo en vilo y depositarlo frente a su madre.
Los niños de la aldea conformaban un grupo de traviesos pilluelos, entonces como ahora. No pueden tolerar lo que salga de lo común, ya sea en cuanto al aseo personal, el lenguaje o el comportamiento apropiados. Su estrategia favorita para rebajar lo inusual al nivel común es recurrir al asedio, la burla y el ridículo. Columpiar una gallina cabeza abajo, tomándola por las patas, patear a un perro para hacerlo aullar o torcerle la cola a un buey, eran actos que les producían ciertamente la diversión de hacer desdichado a Sathya. Eswarama los amenazaba con darles una tunda, pero ello hacía que todo fuese más divertido. Tampoco Sathya se sentía más feliz ante la idea de que fueran a castigarlos.
Nunca se quejó de las cosas que le hacían ni reveló los nombres de los autores. Parecía totalmente desprovisto de deseos de venganza, de resentimiento e incluso de desagrado.
No pasó mucho tiempo sin que Eswarama se diera cuenta de que Sathya era extremadamente inteligente. Sus argumentos siempre eran invencibles y su proceso de razonamiento más rápido y correcto que el de cualquier adulto. Sus sentimientos eran profundos y duraderos. Sus palabras eran más suaves y dulces que las de cualquier otro niño de los que conocía. No fue de extrañar que muy pronto toda la aldea lo apelara "guru", Maestro espiritual. Eswarama, automáticamente, pasó a ser identificada como la Madre del Gurú, alguien especial, y las mujeres comenzaron a inclinarse reverentes y a tocar sus pies cada vez que la encontraban junto al pozo o en los templos de Sathyabhama, Gopala Krishna, Shiva o Hanuman.
El llevar al niño a la escuela obedeció más al deseo de mantenerlo a salvo cuando estaba fuera de casa que al interés por hacerlo estudiar. Pero Sathya creaba problemas. Solía regalar esteras y mantas a sus compañeros de curso a quienes el frío hacía castañetear los dientes y sentarse ateridos y encogidos. Todo compañero hambriento era llevado por Sathya a su casa para servirle leche, cuajada y galletas.
Muy pronto Sathya cumplió los siete años y estuvo preparado para ingresar a la escuela elemental en Bukapatnam que quedaba a tres millas de distancia. Eswarama no podía creer que los años hubiesen pasado tan rápidamente. Si parecía que en el último Festival de Dassara lo estaba aún meciendo en su cuna. Y ahora tenía que vestirlo con una camisa blanca y planchada, pantalones largos, aplicarle vibhuti en su amplia frente y el lunar de kumkum entre sus tupidas cejas, envolver su almuerzo de sangti (arroz y harina de ragi cocidos juntos) y verle echarse su bolso al hombro, gritando: "¡Ma, me voy!", mientras ella se quedaba mirándole desde la puerta con los ojos llenos de lágrimas.
El trayecto hasta Bukapatnam implicaba largas horas fuera de casa. Sathya salía hacia la escuela cerca de las 8.30 de la mañana y regresaba a casa justo antes de ponerse el sol. Sus primos que iban a la escuela con él se resentían por su inmaculada limpieza; se destacaba del "rebaño". Esperaban hasta haber salido de los límites de la aldea y, al cruzar el río, se lanzaban sobre él y, haciéndole caer, le arrastraban por los pies hasta que las ropas que Eswarama había lavado y planchado con tanto esmero quedaban más sucias y arrugadas que las que vestían ellos. Eswarama nunca logró que Sathya acusara a los culpables. Cuando oscurecía, sentado a la luz de las lámparas con aceite que lanzaban sus destellos vacilantes desde los nichos en los muros, Sathya relataba los eventos diarios de la escuela y del viaje de ida y de regreso. A diferencia de otros niños, rara vez hablaba de las lecciones que se le enseñaban. En cambio, contaba lo que él enseñaba a los niños de su curso y, lo sorprendente, incluso a los mismos profesores que se atrevían a enseñarle.
Un excitado grupo de niños relató la "lección" que Sathya había dado al profesor Kondapa. Cuando estaba dictando notas que cada alumno debía escribir en su cuaderno de ejercicios, descubrió que el único niño que no anotaba el dictado era Sathyanarayana Raju. Naturalmente, se enfureció, se sentía insultado. Preguntó a Sathya por qué no hacía como los demás y el niño le respondió que no sentía la necesidad de hacerlo, ya que podía contestar a todas las preguntas respecto del tema tratado. Esto le pareció al profesor una verdadera provocación, según me lo confesara el mismo Kondapa años después, cuando le conocí en Anantapur. Me relató luego los eventos que se produjeron: la silla que se adhirió a él, la humillación y el alboroto. Tuve ocasión de oír la historia de labios de Swami y logré reunir la suficiente osadía como para decirle que, siendo yo mismo un profesor, no podía en verdad apreciar la tragedia que había ocurrido al pobre docente. Baba me indicó que Su intención no había sido la de insultarle o injuriarle. "Sucedió, simplemente, porque había llegado el momento de hacer un anuncio más resonante respecto de que Yo no era únicamente un niño humano."
La historia, empero, alteró grandemente a Eswarama y a la familia Rathnakaram.
Eswarama arrastró a Sathya fuera del granero en donde se encontraba mientras los chicos relataban su travesura. "Te obligarán a dejar la escuela y no serás admitido en otra", le advirtió. "¡Te convertirás en un vago ineficiente, que no servirá sino para cuidar ganado!" Estaba aterrada ante la idea de que la impertinencia de su hijo le podía acarrear la indignación de la gente entre la que vivían. Pero pronto supo que no sólo sus compañeros de escuela, sino también los profesores, incluyendo a Kondapa, le ensalzaban, a pesar de estos incidentes y, tal vez, precisamente debido a ellos. Kondapa compuso inclusive una guirnalda de versos alabando a Sathya como a un niño Divino y los hizo imprimir para su distribución.
Luego llegaron las buenas nuevas de que Sathya había sido declarado el mejor alumno en los exámenes que los niños del área habían rendido en Penukonda. La gente de Bukapatnam organizó una procesión a través del pueblo en honor al prodigio. Eswarama se sintió orgullosa y feliz, aunque también un poco temerosa por la envidia que pudieran sentir los demás. Cuando Sathya fue traído a casa, colgó cocos a su alrededor y los rompió y, además, movió de un lado a otro frente a él el alcanfor encendido para alejar el "mal de ojo".
Sathya no tenía ni un solo momento de descanso, ni en la casa ni fuera de ella. Siempre lo rodeaba una banda de muchachos que le seguía dondequiera que fuera, por los cerros y los valles o por los vastos arenales del lecho del río. Cuando los chicos retornaban a sus casas y se dispersaban, cada familia se emocionaba con las historias que contaban. Un día, el relato trataba de un gran trozo de caramelo que cada uno había recibido de Sathya. Otro día, había transformado a una docena de sapos en otras tantas golondrinas que salieron volando del canasto en que había metido a los primeros. Un día les había enseñado un canto en alabanza a Panduranga, la deidad de Panharpur en el Estado de Maharashtra y les había invitado a danzar al compás de la melodía. Otro día les había hablado de los súbditos del cielo que estaban prestos a obedecer a su llamado y a cumplir sus órdenes.
Los amigos y los vecinos de los Rathnakaram Raju auguraban que Sathya sería expulsado de la escuela. El incidente de la "silla" era obviamente ominoso. Cuando oí hablar de ello por primera vez, no me sentí nada sorprendido, puesto que el Avatar no puede tolerar restricciones insensatas ni enseñanzas vanas. El no conoce horizontes que le circunscriban. El Evangelio de Mateo dice lo siguiente respecto de Jesús en la escuela: "Mas Jesús miró a Zaqueo, el profesor, y le dijo lo siguiente: 'No conoces a Alfa respecto a su naturaleza, ¿cómo pretendes enseñar a otros Beta, hipócrita? Primero, cuando sepas, enseña Alfa ¡y recién entonces te creeremos en lo que concierne a Beta!'. Entonces hizo que se confundiera la lengua del profesor en cuanto a la primera letra y éste no pudo llegar a contestarle". Jesús explicó, entonces, el misterio que encierra la letra "A". (En el Bhagavad Gita, el Señor ha declarado que El es la letra "A" del alfabeto.) Jesús confunde a Zaqueo del mismo modo en que a menudo hiciera Sathya diciendo: "¡Oh maestro, escucha! Mira el ordenamiento de la primera letra y presta atención a esto, cómo tiene líneas y una marca en el medio, común a ambas; marchando separadas, llegan juntas, elevándose hacia lo alto, danzando; los tres signos de una misma clase, equilibrados, de igual medida". Sathya habló con más suavidad y menos enigmáticamente y, por ende, el profesor de Bukapatnam respondió con mayor reverencia.
Puttaparti era Gokul dado que Sathya estaba allí. El antiguo nombre de la aldea de Puttaparti había sido el de Gollapalli, "caserío de pastores de vacas". "Es este nombre el que debe haber atraído a Krishna para nacer de nuevo en la Tierra. ¿De qué otra manera podría explicar las extrañas cosas que el niño hacía?", señaló Eswarama y me narró una historia de sus primeros años.
Fue una noche durante el monzón de Uttara. El cielo se cubrió de nubarrones oscuros y amenazantes. Venkama estaba construyendo una casa por aquel entonces y había una gran pila de ladrillos mojados que esperaban ser cocidos. Los leños estaban cortados y listos, pero el fuego podía ser encendido recién al día siguiente dado que no era auspicioso. Con las fortísimas lluvias que estaban por descargarse ahora, la pila de ladrillos quedaría reducida a un gran montón de greda informe.
Debía hacerse algo pronto. Afortunadamente se presentó un vecino solícito. "Hay que cubrir los ladrillos con atados de hojas secas de caña azucarera", aconsejó a Venkama. Pero, ¿dónde se conseguirían? Recordó entonces a un amigo suyo, que vivía sobre la ribera oriental del Chitravati, que podría ser persuadido para que las regalara. Una larga fila de hombres, mujeres y niños corrió por las extensiones de arena, todos apremiados por la desesperación. Swami también se les unió como último en la fila de voluntarios.
Avanzó hasta el medio del lecho del río y, de súbito, comenzó a dar voces para que todos se detuvieran. "¡Venkama!", llamó. "Las lluvias no vendrán"... Las nubes se disiparon, el día se aclaró... ¡la amenaza había terminado! Unas cuantas palabras musitadas, la pequeña palma de una mano dibujada contra el cielo oscuro por algunos instantes... ¡y allá arriba, en el espacio, el viento, los nubarrones y la lluvia, obedecieron! Todos retornaron a sus casas sin traer ni una sola hoja de caña, porque entre ellos se encontraba el joven Señor de los Elementos.
Eswarama dio fin a su historia con un tono triunfante y se volvió hacia mí para observar con satisfacción anhelante la expresión de mi rostro. No la defraudé. "¡Este Krishna ha salvado a este lugar con sólo levantar un dedo!", dije.
Sathya se convirtió en un héroe que era admirado y temido, amado y puesto en tela de juicio. También Eswarama se vio arrastrada por el torbellino de afecto y de constante asombro, de suspenso y de cautela. Era frecuente que pasara los días sumida en la oración, rogando por la intervención Divina para volver a Sathya a la normalidad de los otros niños de Puttaparti, con quizás sólo un poco más de inteligencia y sentido de orientación en la vida. Podía ver en él los potenciales de poeta, de músico, de cantante, de bailarín o de autor y director teatral. Era su esperanza que llegara a desarrollarse en alguno de estos campos. Le parecía que Sathya estaba atrayendo sobre sí el "mal de ojo" y toda enfermedad que llegaba a tener la atribuía a sus habilidades de mostrar lo imposible como posible. Protestó vehementemente cuando sus hijas difundieron la noticia de que Sathya podía danzar una intrincada pieza mucho mejor que un niño artista que la había interpretado durante una función de teatro en Bukapatnam. Pero, por otro lado, se dejó llevar hasta tal punto por el talento de Sathya, que se puso a llorar a viva voz cuando lo vio ser "torturado" en una obra en la que actuaba.
El padre cavilaba en silenciosa impotencia sobre este asombroso hijo suyo, pero era Eswarama la que debía soportar el peso de las rarezas de Sathya. Su espíritu batallador estaba siempre atento. No dejaba pasar error alguno. El Sathya de nueve años era lo bastante osado como para escribir audaces cancioncillas y quintillas jocosas, créanlo o no,  en contra del bigote a lo Hitler que lucía alguien tan conspicuo como el Karnam, el marido de su "madre adoptiva" Subama. Sathya enseñó a sus amigos una parodia, para cantarla frente a la casa del dignatario, hasta que éste se vio obligado a borrar de su rostro ese anémico cepillo. La pobre Eswarama no tuvo necesidad de explicarle a Subama que el niño era incorregible, le transfirió la tarea de inculcarle algo de sabiduría mundana. Sin embargo, Subama se sentía feliz ante el hecho de que el Guru se ocupara de enseñar. Su risa ahuyentó el pánico de Eswarama. "¡Déjalo ser lo que es! ¡El sabe lo que es mejor!", le aconsejó.
Muy pronto, Eswarama tuvo que amonestar a Sathya por herir, a través de sus aguijones poéticos, la sensible epidermis de los notables de la aldea. Sathya compuso una diatriba de diez líneas sobre la ingratitud mostrada a los hombres que realizan los trabajos pesados bajo el sol o la lluvia, para cultivar el arroz que permitía a los ricos disfrutar de un lujo conspicuo. Cuando los versos comenzaron a ser cantados por los pilluelos que iban tras el ganado que llevaban a los pastizales, estallaron las iras y se iniciaron investigaciones. Los mayores se preguntaban sobre cómo era posible que el Rathnakara pudiera albergar esta chispa revolucionaria en su pequeña cabeza. Sospecharon que alguna fuerza siniestra estaba actuando a través suyo. Subama le rogó que le revelara quién había compuesto estos versos. Hablaron sobre las iniquidades del sistema de las castas que había terminado por degenerar en una forma de agonía para los obreros. Sin embargo, Sathya no pudo ser obligado a guardar silencio. El había venido a condenar y a corregir. Se trataba de Su mundo y se mantuvo inflexible respecto de Sus derechos. A Eswarama y a Subama no les quedó más que guardarse sus angustias para sí mismas y desearle suerte.
Otro día, cerca del mediodía, un chofer de librea dejó chillando a todas las aves de la aldea. Venía corriendo por las torcidas callejas en busca del "niño maravilloso" que creaba vibhuti. Finalmente, el niño fue encontrado, sentado en una terraza, relatando historias a una banda de pilluelos. Los niños huyeron en busca de refugio, en tanto que Sathya esperaba tranquilamente. El hombre quería un poco de la ceniza milagrosa para "sanar" el motor de su jeep que se había descompuesto en el camino, por la margen oriental del río, en la ruta que llevaba desde las junglas en medio de las montañas hacia la ciudad de Anantapur. "El señor está esperando. Está furioso." Sathya fue llevado por el agitado intruso hasta el vehículo descompuesto. Algunos de los niños les siguieron. Vio al señor sentado en el jeep con aire de triunfo, acariciando las orejas de una tigresa muerta. Sathya lo enfrentó con una reprimenda. "Esta tigresa no te hizo ningún daño. ¿Por qué la fuiste a acechar en la jungla, donde estaba criando a tres cachorros y la mataste? Fue mi voluntad la que hizo que se detuviera el jeep. ¡Regresa, encuentra a los cachorros y llévalos a un zoológico! ¡Y no vuelvas nunca más a cazar por mero placer y orgullo! Puedes tomar una cámara, en cambio, y eso te convertirá en un héroe mucho más grande... ¡Váyanse!" El motor comenzó a funcionar. El conductor hizo volver al jeep por el camino por el que habían venido.
¡Llamarle la atención a un blanco, a un inglés con casco tropical y rifle! ¡Detener su jeep y negarle lo que pedía...! El padre de Sathya estuvo a punto de desmayarse. Tuvo aterradoras visiones de policías y cárceles.
Y los maravillosos milagros siguen sucediendo…
Texto seleccionado del libro: “Eswarama, La Madre Elegida”.
De N. Kasturi

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