EL DESPERTAR SAI: LA VIA SIN CABEZA

domingo, 4 de noviembre de 2012

LA VIA SIN CABEZA

Noviembre - Diciembre 2011

La vía sin cabeza

El inglés Douglas E. Harding (1909–2007) descubrió su verdadera identidad a los 33 años. Creó ejercicios de atención simples pero a la vez revolucionarios, que nos conducen a ver Qué somos realmente, aquí y ahora.

La realidad es que el cuerpo está en el Ser, y aquél que piensa que el Ser está dentro del cuerpo inanimado, es como el que considera que la tela de la pantalla sobre la que se proyecta la película, está dentro de la película.
- Ramana Maharshi

El día a día

Si bien las escrituras y sabios de todos los tiempos afirman que no somos el cuerpo, nuestra experiencia diaria parece demostrar exactamente lo contrario. Desde que "nos" levantamos hasta que nos acostamos, todo indica que somos un cuerpo en el mundo (o a lo sumo, que estamos dentro de él). Tenemos un nombre, la gente nos interpela de distintos modos -nos reconoce, nos habla, etc.- y lo mismo hacemos con los "demás". Nosotros y los otros somos percibidos básicamente como organismos cuerpo-mente y por lo tanto, separados. Y esto parece ser un hecho indiscutible, al menos desde el punto de vista perceptual.

¿Qué tal si….

… la percepción del "yo" como cuerpo no fuese algo dado, sino plenamente aprendido desde los primeros años de vida? ¿Por qué a los niños pequeños hay que enseñarles que ese otro que ven en el espejo es "yo"? ¿Será que lo que percibimos y vivimos como nuestra identidad es una convención social perpetuada a través de los siglos?
"Nadie puede decirles quiénes son o qué son, excepto ustedes mismos", aseguraba Douglas Harding. Y para esto, creó ejercicios simples que justamente utilizan la percepción para darnos cuenta de que no somos el cuerpo. Él los llamó experimentos, porque la propia experiencia es fundamental.

Una cuestión de distancia

Durante los años treinta, Harding se planteaba la pregunta ¿quién soy yo? Se dio cuenta de que cómo lo veían otros dependía de la distancia de éstos con respecto a él, y viceversa. Sus observaciones y reflexiones lo llevaron a esta conclusión: a pocos metros parecía un ser humano, pero más de cerca, era sólo un ojo, células, moléculas, átomos, electrones, y así sucesivamente, hasta llegar a nada. Al alejarse, pero aun manteniendo la mirada sobre él, el observador externo perdía de vista su forma individual, la cual se absorbía dentro de la humanidad, vida, el planeta, el sistema solar, la galaxia, es decir: todo. El mapa que Harding dibujó de sí mismo asemejaba una cebolla con muchas capas. La capa humana estaba a medio camino del centro.

Perder la cabeza, ganar un mundo

"Ustedes buscan la felicidad en lugares lejanos. Pero la fuente de alegría está en su corazón. El paraíso de la paz está en ustedes".
- Sathya Sai Baba

"El mejor día de mi vida —el día de mi renacimiento, por decirlo así— fue cuando encontré que no tenía cabeza. Esto no es un juego literario ni un dicho ingenioso para suscitar el interés a toda costa. Lo digo en serio. Yo no tengo cabeza". Así hablaba Douglas Harding de su iluminación – o, mejor dicho, del momento en que se reconoció lo que siempre había estado allí. "Tenía treinta y tres años. Aunque ciertamente vino de repente, lo hizo en respuesta a una indagación apremiante; durante varios meses había estado absorto en la pregunta: ¿quién soy yo? El hecho de que me encontrara caminando en los Himalayas en aquel momento probablemente tuvo poco que ver con ello, aunque se dice que en ese lugar vienen más fácilmente estados de mente inusuales. Sea como fuere, un día muy claro y sereno, y una vista desde el risco donde me hallaba, sobre umbríos valles azules hasta la montaña más alta del mundo, constituían una escena digna de la visión más sublime.

Lo que ocurrió de hecho fue algo absurdamente simple y poco espectacular: por un momento dejé de pensar. La razón y la imaginación y todo el parloteo mental se extinguieron. Por una vez, me faltaron realmente las palabras. Olvidé mi nombre, mi humanidad, mi realidad objetiva, todo lo que podía ser llamado mí mismo o mío. El pasado y el futuro se esfumaron. Fue como si hubiera nacido en aquel instante, absolutamente nuevo, sin mente, inocente de todos los recuerdos. Existía solo el Ahora, aquel momento presente y lo que se daba claramente en él. Ver era suficiente. Y lo que encontré eran unos pantalones caquis que terminaban hacia abajo en un par de zapatos marrones, unas mangas caquis que terminaban a ambos lados en un par de manos rosadas, y una camisa caqui que terminaba hacia arriba en —¡absolutamente nada! Ciertamente no en una cabeza.

No me llevó ningún tiempo notar que esta nada, este hueco donde debía haber habido una cabeza, no era un vacío ordinario, no era una mera nada. Al contrario, estaba muy ocupada. Era una vasta vacuidad ampliamente llena, una nada que encontraba sitio para todo, para la hierba, los árboles, las distantes colinas umbrías, y allá a lo lejos, por encima de ellas, las cumbres nevadas como una hilera de nubes anguladas cabalgando en el cielo azul. Había perdido una cabeza y ganado un mundo".